Mi nombre es Daniel Martínez y soy un joven valenciano de 26 años licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. Estudié toda mi vida en La Salle de Paterna y ahí es donde recuerdo pasar los años más felices de mi vida. Mis padres eran profesores y yo crecí compaginando mis estudios con actividades de voluntariado en el centro: campamentos de verano, talleres de tiempo libre infantiles en catequesis de pastoral. Cuando terminé el colegio me di cuenta de que la comunicación era mi auténtica pasión y, por ello, opté por cursar la carrera. Tras una etapa universitaria muy intensa, me mudé a Madrid para comenzar a trabajar en las agencias de publicidad que tanto había visto en mis clases y en el cine. Comencé a trabajar y, después de cuatro años, sentía que me faltaba algo.

La vida en Madrid y la vorágine profesional de clientes, eventos o jornadas de trabajo hasta las tantas; me entusiasmaba pero me absorbía demasiado, todo ello me había alejado de una faceta de mi vida en la que yo me sentía muy a gusto: la de voluntario. Así pues, me rondaba la idea de hacer un parón en mi trabajo y retomar mi etapa de voluntariado. Sentía que siempre tendría tiempo para trabajar pero, cuanto más tiempo pasara, aumentarían mis responsabilidades y ataduras y sería más difícil hacer este break. Me armé de valor y tomé una decisión que cambiaría mi vida por completo: dejar mi puesto de trabajo y dedicarme durante un año a ser voluntario. Ya no sería en mis ratos libres, durante los periodos sin exámenes, las vacaciones o los fines de semana. Buscaba un voluntariado al 100%. Una decisión de la que no me arrepiento pero que, sin duda, fue muy arriesgada.

Tuve la oportunidad de unirme a Lasallian Volunteers, una organización que realiza su labor en EE. UU. La decisión significaba dejar mi vida en España para continuar mi vocación de voluntario en el otro lado del océano, en un país con una lengua y cultura muy diferentes. Sabía que esto sería un reto para mí y sin duda lo ha sido. Esta decisión ha cambiado mi vida y mi percepción del mundo y de la sociedad por completo. Y así es como llegué al barrio del Bronx, a la iniciativa Part of the Solution (POTS) en la ciudad de Nueva York. El trabajo que me asignaron aquí fue muy diferente del que había hecho en programas de voluntariado infantil y juvenil anterior. POTS es una organización de atención a los más necesitados del barrio, un centro al que asisten cientos de personas que visitan los diferentes servicios diariamente: comedor comunitario, despensa de alimentos, correo, peluquería, servicios legales y sanitarios, asesoría de inmigración y departamento de empleo. Un gran equipo colaborando para facilitar la vida de los más vulnerables.

Mi labor en POTS como case manager era recibir en el centro a quienes buscaban asistencia, angloparlantes e hispanohablantes, y ofrecer ayuda y soporte para intentar mejorar sus vidas. Para ello, en función de las circunstancias, recomendaba los servicios de que disponía nuestra institución u orientaba hacia los del Gobierno o la ciudad de New York en relación a albergues y centros de desintoxicación, entre otros. El objetivo es trabajar con las familias para que puedan salir de la situación de crisis y llegar a la estabilidad y, si ello fuera posible, finalmente a la autosuficiencia. Durante este año he sentido mucha responsabilidad, a pesar del idioma, pues yo era el primer contacto que los necesitados tenían con el centro. Comenzaba con entrevistas donde recopilaba información sobre sus vidas y sus futuras metas. Por esa razón, trataba de demostrar empatía, respeto, escucha y afecto con todos, ya que todos tienen historias que contar de dificultades y sufrimiento y no siempre su voz era escuchada. Durante este tiempo, ha sido muy gratificante ver cómo colaborábamos en la ayuda a las familias. Nunca antes había tenido un trabajo que me hiciera sentir tan orgulloso y espiritualmente realizado.

He vivido en la Comunidad de Bedford Park, en el Bronx, junto con cuatro Hermanos de la Salle y otros tres voluntarios que se convirtieron en mi familia americana. La vida en comunidad con los hermanos y voluntarios fue entrañable: actividades con los vecinos del barrio, cenas comunitarias, planes de fin de semana fuera de la casa. En mi caso, vivir en una comunidad fue especial, ya que estaba muy lejos de casa y echaba de menos a los míos. Hace dos meses que he regresado a España y empiezo un nuevo proyecto laboral en el departamento de marketing de una multinacional europea y con muchas ganas también de vivir esta nueva etapa en Madrid. Pero, quién sabe, igual dentro de un tiempo hay que plantearse la idea de volver a hacer maletas.

Animo a jóvenes que, aunque ya trabajen, a veces creen que no encuentran mucho sentido a lo que hacen, que no teman a la idea de hacer un cambio en sus vidas. Puede parecer una locura, algo inviable por estar demasiado preocupados por el futuro laboral, sentir miedo a lo inseguro… pero se puede hacer. Hay que salir a veces de la zona de confort, probar y dejarse sorprender. Siempre estamos a tiempo de volver, pero no siempre se nos presentan oportunidades en la vida donde poder aprender de los demás, conocer diferentes personas de otras culturas, personas con muchas más necesidades que las nuestras, que te tocan el corazón y que te hacen cambiar como ser humano. Sin duda, mi vida en el Bronx me ha ayudado a ser mejor persona.