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Matías Vallés

Al azar

Matías Vallés

Apocalipsismo en auge

Abraracurcix, el jefe de la aldea gala de Asterix, solo teme que el cielo le caiga sobre la cabeza, aunque siempre se tranquiliza recordando que "eso no va a pasar mañana". La mala noticia para el mostachudo líder es que la prórroga ha concluido. Nada impide que la extinción del planeta, programada en unos millones de años por los calendarios astronómicos, se produzca hoy mismo. La probabilidad nunca fue tan elevada, y no solo porque cada vez estamos más cerca de cualquier final por definición de tiempo. Con el cambio climático como mascarón de proa de la caducidad del planeta, se considera incluso de buen tono especular sobre un desenlace inmediato. A eso lo llamamos Apocalipsismo.

El auge de los apocalipsistas o predicadores de la mala nueva sirve al menos para recordar que la aparición de la vida sobre el planeta es más improbable que imaginar que La Gioconda hubiera aparecido pintada sobre una roca, como fruto exclusivo de agentes naturales matizados por la luz y la erosión, sin ninguna intervención humana. La brutalidad que nuestra infección ejerce sobre el planeta funciona a espaldas de la sublime delicadeza cósmica, que aportó las únicas condiciones posibles para desarrollar una vida en condiciones. Y sí, este prodigio incluye a Bertín Osborne, nadie dijo que los productos de la evolución fueran para presumir.

El Apocalipsismo climático sustituye al hongo nuclear como fetiche favorito de la aniquilación colectiva. Con una diferencia fundamental, la imposibilidad de asignar culpas concretas. El Dr. Strangelove que aprieta el botón de la bomba atómica tendría la silueta inconfundible de Trump o Putin. Sin embargo, la degeneración climática no puede individualizarse. Ni siquiera está claro si procedería al mismo ritmo, sin la interferencia del único mamífero que se cree responsable de todo lo bueno y malo de un planeta a la deriva.

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