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A caballo de la incertidumbre

Occidente no está acostumbrado a la incertidumbre. Es un problema espiritual que no sabemos muy bien cuándo nace. Oriente, en cambio, la asume con naturalidad. La Biblia, sin embargo, nos habla de la ansiedad que provocaban en Egipto las malas cosechas. Tiene todo el sentido dada la dependencia de las crecidas del río Nilo que tiene el territorio egipcio, el carácter periódico de las mismas que garantiza el sustento de las personas. Que allí naciera también la primera religión monoteísta responde, del mismo modo, a las condiciones culturales de aquella sociedad faraónica. Esa fue, al menos, la teoría que esgrimió Sigmund Freud en su obra El malestar de la cultura.

De entonces hasta nuestros días, el discurrir histórico occidental está vinculado a una suerte de etapas cíclicas: a mayor incertidumbre, tanto social como individual, más angustia y más temores, lo que equivale a más agresividad, más conflictos y menos estabilidad para desarrollar la economía, fuente del bienestar de las personas.

El paradigma histórico más llamativo al respecto resultaron las previsiones apocalípticas en torno al año 1000, que provocaron el mayor colapso espiritual y material de todos los tiempos medievales. El miedo a ser atacado por otra potencia, sirva otro caso mucho más reciente, desencadenó la devastadora primera Guerra Mundial a partir del ridículo pulso diplomático que sostuvieron Austria y Serbia. Los ejemplos, como se puede comprender, resultan tan abundantes como inevitables.

Y como quiera que en estas fechas señaladas por nuestro Calendario Gregoriano como final de año se hace balance y se predice el futuro del nuevo curso, nada mejor que reflexionar sobre la principal circunstancia que nos acecha en el momento presente: la susodicha incertidumbre. En casi todos los campos y en casi todos los niveles, pues la incertidumbre es como una niebla que a medida que aparece se va extendiendo sin tregua, una sensación predominante ahora mismo y bajo cuyo prisma analizamos cualquier acontecimiento.

El vaso siempre está medio lleno o medio vacío según se mire. Lo explicó Albert Einstein al describir su teoría de la relatividad, y lo subrayan ahora mismo los buenos historiadores y los antropólogos, sabedores de la influencia del punto de vista sobre la realidad. De ese modo, se airea, sin ir más lejos, que no tener Gobierno en España aboca al país poco menos que al desorden caótico, al tiempo que paraliza el auge de los extremismos, de Podemos a Vox, o la reaparición de tonalidades y discursos que se asocian a la polarización guerracivilista.

Y lo mismo ocurre con Donald Trump y sus múltiples salidas de tono, ahora con la China, luego con la vieja Europa, otrora con los árabes o los latinos, la prensa, Hollywood y cuanto se le pasa por su antidiplomática cabeza. La gente se angustia por los aranceles y los agoreros predicen la inminencia de una aguda recesión. Y las cifras, sin embargo, nos dicen que nunca antes fueron tan opulentas nuestras economías ni el mundo produjo más bienes de consumo como ahora. De hecho, la economía norteamericana va como un tiro desde que accediera Trump a la Casa Blanca. E idéntica situación se ha vivido estas Navidades en mi mercado de Ruzafa, donde se agotaban las previsiones de pescaderías y carnicerías, disparando los datos del gasto interno.

A finales del año pasado los consultores dijeron que las fuentes de inestabilidad se iban a centrar en Cataluña, el Brexit y las euroelecciones, se intimidaron ante la desaceleración económica y temieron por la irrupción de Vox, señalando a las alcaldías de Podemos como el espacio político de mayor inestabilidad. Así ha sido el año 2019. Aunque tampoco hacía falta ser un lince para acertar estos pronósticos. Todo ello en el marco general de profundos cambios operados por la irrupción de nuevas tecnologías.

Téngase en cuenta, a su vez, que las generaciones actualmente al mando de la sociedad son las primeras en muchas décadas que no han vivido una gran guerra o conflictos similares. Beneficiarios de una larga paz «romana» que ha provocado un desarrollo económico sin precedentes: Generamos recursos suficientes para dar de comer a un planeta superpoblado y accedemos sin parar a la irrupción de transformaciones digitales, incluyendo la inteligencia artificial, y a nuevos bienes. Pero todo ello parece no servir cuando aparece en nuestro horizonte la incertidumbre, el miedo a lo desconocido. Y así estamos, prediciendo una supuesta crisis global, cuando a lo que parece nada de eso tendría porque ocurrir. En realidad, en vez de construir profecías que se autocumplen, nos haría falta un poco más de espiritualidad para hacer frente a un mundo que ya nunca más será tan previsible como cuando Dios o el Estado gobernaban a los hombres.

De ese modo, el 2020 se presenta, un año más, a caballo de la incertidumbre. Ya les predigo que será el curso de un gobierno español supuestamente de izquierdas que apenas podrá cambiar nada, con las elecciones catalanas en el horizonte que no moverán res de res€ y las norteamericanas para noviembre, con la sucesión de Merkel en el alero y el Brexit culminando en un acuerdo comercial Johnson-Macron, mientras puigistas y abalistas pugnarán soterradamente por el control del partido socialista valenciano y la derecha tomará posiciones de cara a su vuelta al poder. Nada de todo eso debería quitarnos el sueño. Feliz año nuevo.

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