Pedro Sánchez prometió ayer en la Zarzuela su cargo como jefe de Gobierno. Y no hay dudas que es plenamente legítimo. Le encargó Felipe VI formar un Gobierno y en ello está (se retrasa a la semana siguiente el detalle de su estructura y nombramientos).

No ha sido fácil. Si tras las elecciones de abril quería un Gobierno monocolor con apoyos externos, a la portuguesa, y luego aceptó uno de coalición que no cuajó, tras las últimas elecciones sí que optó de entrada por el pacto con Unidas Podemos, como opción que le quedaba ante la postura del PP y de Ciudadanos. Las negociaciones entre los dos partidos han sido las más discretas, las reuniones y pactos con otros grupos parlamentarios han tenido un largo lapso, especialmente arduo para conseguir la necesaria abstención de ERC, que antes se la ofreció sin condiciones pero ahora apretó las tuercas y puso sobre papel sus exigencias, que eran muy importantes y van a ser en dos semanas el eje del huracán que la derecha montara (las tres derechas en esto cabalgan juntas y piensan salir a la calle juntas, alguna ya tiene preparado el pollo para el próximo domingo, el carnaval está asegurado). Íñigo Errejón dio las gracias al líder del PSOE y a Pablo Iglesias por haber pacto y la verdad tiene su mérito, porque son muchos los que se oponían y jugaban sus cartas para hacerlo fracasar ya.

La pregunta es cuánto durará el nuevo Gobierno de España y si aguantará para poder sortear la oposición parlamentaria y las demandas jurídicas que le presentará sobre todas sus iniciativas ante el Constitucional, para que no haga efectivas las promesas. Con su grupo acrecido Vox puede ejercer ahora como palanca y freno y está en su idea llevarlo adelante, sobre todo para no dejar de acosar de retruque a Casado y al PP, que han estado unos días alineándose más cerca de la extrema derecha que del centro que reclamaban cara a las elecciones (para atraerse el voto de los de Ciudadanos, como en parte sucedió, quedando el partido de Rivera mermado y reducido a 10 diputados en las Cortes del Reino y de ahí los gestos desesperados de Arrimadas y su recalcitrante demagogia, porque lo tiene muy difícil compitiendo por un espacio que le pisan y ocupan los otros).

Promesas se han hecho muchas, porque necesitaban a los partidos periféricos, y por ello cargan con la agenda de sus reclamaciones. Se lo recordó antes de votarle Joan Baldoví, con la hoja del acuerdo, y su deseo y su esperanza que en buena parte se lleguen a cumplir (si la legislatura dura dos años y si vencen los obstáculos que van a interponerse). La negociación sobre una financiación más justa, objetivo del Pacto del Botànic también lo es en otras autonomías y la solución va a costar mucho tiempo y que la economía acompañe.

Estos dos factores van a ser claves para que las negociaciones sobre las pensiones de jubilación se liguen al aumento del IPC, que se blinden, en un futuro, o que suba otra vez el salario mínimo interprofesional, que se avance en igualdad entre mujeres y hombres, o en otros apartados de la agenda social, que quiere que haya más justicia (y para ello que los que más ganan paguen más y disminuya el fraude fiscal de particulares y de grandes empresas para lo que la Patronal ya ha ofrecido colaboración pero sin duda va a resistirse).

Los desafíos son muchos como a nadie se le escapa y el trabajo intenso si quieren demostrar que duren lo que duren van avanzando por este camino. Todo dependerá si seguimos creciendo y si el contexto acompaña. El año ha comenzado con tensiones internacionales que lo van a dificultar más todavía.