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Butaca de patio

A vueltas con Azaña

Cuando en los años treinta se anunciaba un discurso o un mitin de Manuel Azaña, las tiendas que vendían aparatos de radio aumentaban sus ventas. Hasta ese punto llegaba la popularidad como orador de un político que marcó toda una época y se convirtió en el símbolo de la Segunda República. Decenas de miles de personas acudieron, por ejemplo, a escuchar los llamados discursos en campo abierto que el dirigente republicano pronunció en 1935 en la zona industrial de Baracaldo, en los descampados madrileños de Comillas o en el valenciano estadio de Mestalla. Azaña cautivaba durante horas tanto a los diputados en el Congreso como a sus seguidores en unas intervenciones que podían alargarse durante horas y en las que el orador no leía ningún papel.

La memoria de aquellos discursos ha pervivido durante generaciones y muchos valencianos han tenido noticia de aquel mitin de Mestalla a través de sus padres y abuelos. El éxito de Azaña obedecía a que sus proclamas se dirigían a la cabeza, pero también al corazón de las gentes. Así lo cuenta Isabelo Herreros, uno de los mayores expertos en su figura: «Millones de españoles escuchaban la palabra segura y el castellano preciosista del político republicano». O el propio Azaña definía de este modo su actitud antes de subir a la tribuna del Congreso: «Como siempre que rompo a hablar, yo estaba absolutamente sereno y tranquilo; hubiera podido entretenerme en decir chistes». Expresar ideas de una manera desapasionada, hacer pensar, conmover o ponerse en el lugar del adversario fueron los ejes de la oratoria de Azaña.

En el reciente debate de investidura, varios líderes parlamentarios, desde Pedro Sánchez a Santiago Abascal pasando por Pablo Casado, han citado párrafos de discursos de Azaña. En los casos de los portavoces de la derecha con referencias incompletas, fuera de contexto y manipuladas. El que fuera presidente de la República debió removerse en su tumba francesa de Montauban al escuchar a estos líderes conservadores. Pero la pregunta que muchos se plantean se refiere a la posibilidad de que en el panorama político de hoy puedan surgir oradores como Azaña. O por nombrar a dirigentes más cercanos en el tiempo y muy dispares entre sí como Felipe González o Manuel Fraga. ¿En la era de Internet, de las redes sociales y de las noticias falsas son posibles discursos rebosantes de ideas y alternativas, razonados y sin rencor? ¿Estamos condenados a oír intervenciones groseras y maleducadas que desprecian a los rivales, como señaló Joan Baldoví? ¿Se han transformado inevitablemente los Parlamentos en funciones de circo retransmitidas por unas televisiones cada día más sensacionalistas? Son interrogantes difíciles de contestar, pero cuyas respuestas apuntan más al pesimismo que a la esperanza.

A pesar de todo, resulta imprescindible que el debate político en la calle, los centros de trabajo o el Congreso se oriente hacia el rigor, la honestidad, el juego limpio, la inteligencia… En definitiva, para que camine por una senda democrática. De lo contrario, la oratoria de líderes como Azaña acabará sustituida por los ladridos en forma de tuits que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, utiliza para gobernar el mundo.

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