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Gemma Martínez

El apunte

Gemma Martínez

Cuando el amor viaja en el asiento de al lado

Domingo por la mañana, víspera de Reyes. Accedo al AVE que me trae de vuelta a València, con el agrio y el dulce en umbrales máximos, triste por dejar en la ciudad de salida a gente que quiero pero feliz por volver a casa, al silencio calmante tras una semana festiva. Ocupo mi asiento, acompañada del recuerdo del libro que terminé días atrás, La peor parte. Memorias de Amor, de Fernando Savater, una reconstrucción de la vida de su mujer, Sara Torres, fallecida de cáncer. La obra, un edificante canto al amor de 35 años de duración no exento de crudeza por parte de Savater, me emocionó varias veces y sin preaviso.«Finalmente el apagón, la muerte de mi mujer, del amor de mi vida, del amor en mi vida, de mi amor a la vida». Con esas y otras palabras memorizadas, el gen curioso que habita en mí se queda prendado de la pareja de mediana edad que tengo a mi derecha en el AVE, en los asientos 5C y 5B. Él bebe una Coca-Cola y lee El País, (Apocalipsis pero ya, la crónica de la investidura de Íñigo Domínguez) y ella, que prefiere agua, se detiene en Crónica, de El Mundo, que habla de León versus Castilla. De vez en cuando dejan los periódicos, entrecruzan las manos y se acarician. Las estrecheces ferroviarias que tanto odio provocan que esta vez escuche sus carcajadas, recién llegados de un viaje a Roma.

Ella, pelirroja y con gafas de pasta, viste vaqueros y una americana en cuya manga se ha bordado «haz más de lo que te haga feliz». Él, canoso, con jersey y pantalón de tela. Tienen un móvil cerca, pero solo ella lo coteja y responde un mensaje con el pulgar de una mano arrugada y llena de pecas. No hay duda de que el amor viaja en el asiento de al lado, pienso a la vez que recuerdo a Savater y a su mujer. Fantaseo con que los cuatro se llevarían bien y me generan una ternura infinita. No sé si es porque una ya está más cerca de los 50 que de la adolescencia, pero no puedo evitar maravillarme por ellos, por esa relación que no caduca más que por la pérdida de una de las partes, « cuando el paraíso de dos se convierte en el infierno de uno» que diría Savater.

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