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La balada del Bar Torino

Vienen en Gestalgar a casa los amigos. Por todas partes hay libros. ¿No los habrás leído todos?, preguntan a veces. Pues claro que no. Pero hacen compañía. Te sientes con ellos, al mismo tiempo, viviendo a la intemperie y protegido. Es lo que tiene la literatura: deja a su paso un territorio minado que has de sortear para llegar, finalmente, a un mundo que desconocías y que formará parte, desde ese instante, de tu vida. No he leído todos los libros que hay en casa. Y tampoco había leído -ni sabía que existía- uno que acabo de leer porque lo nombraba el colega y amigo Joan Carles Martí hace unos días en las páginas de este diario. El título: La balada del bar Torino. Su autor: Rafa Lahuerta Yúfera. Ya lo digo: no conocía el libro, publicado hace nada menos que cinco años, tampoco al autor. Ahora ya sé del primero. Lo desconozco todo del segundo. Pero pocos libros me han llegado al fondo de lo que demonios sea el alma más que ése que no es la crónica memorialista de un forofo del Valencia CF, sino el relato de una pasión insobornable por la ciudad de València, por su gente de antes y de ahora, por sus calles y sus esquinas donde perderse, porque, como decía Walter Benjamin, extraviarse por una ciudad es la mejor manera de conocerla.

Me juntan a este relato memorialista las raíces horneras -como las mías- de la familia del autor, los bares pobres donde se comía por su barrio hasta hace casi nada, la necesidad de buscar en el pasado no la nostalgia tonta sino una explicación nada tramposa a lo que nos está pasando ahora mismo. Dicen que el Valencia CF se fundó en ese bar que algunos sitúan en un sitio y otros en otro diferente de la ciudad de València. Pero lo importante no es esa diferencia de mapas urbanos, sino descubrir -como es mi caso- que alguien como Rafa Lahuerta ha sido capaz de situar el origen de ese equipo -como tantas veces hizo mi inolvidable Salva Regües con su Levante UD- en el centro mismo de una memoria que se niega a desaparecer.

Lo mejor que le puede pasar a la literatura es que no deje nunca de conmover a quien la lea. Y que le descubra, al mismo tiempo, que lo que somos no viene de ahora sino de lejos. Y que en esa lejanía seguro que encontramos a esos personajes que, como Manolo Hernández, la abuela Adelina que parecía una actriz de Hollywood o el niño grande Mariano Lahuerta, formarán parte de nuestro tiempo, pasado y presente, más felizmente inolvidable. En ese pasado, como decía Borges, siempre encontraremos una mezcla de «de ceniza y de gloria». De esa mezcla me quedo con las dos, con la ceniza y con la gloria. Y de ellas está lleno este libro, uno de los más emotivos y magníficamente escritos que he leído en muchos años. Dice el autor que ya no va a escribir más. No lo sé. Eso nunca se sabe. Como nunca se sabe si de repente y por sorpresa vas a encontrar un libro cuya existencia desconocías, y que será ese libro uno de los que más te enseñarán sobre una ciudad, sobre la importancia de los recuerdos en nuestras vidas y, principalmente, sobre lo que somos cuando ya pensábamos que lo sabíamos todo sobre nosotros mismos.

Dice el autor que le hubiera gustado escribir una novela en vez de lo que ha escrito. Es verdad que mucho de lo que cuenta y muchos de sus protagonistas parecen destinados a la ficción. Pero me da igual lo que sea La balada del bar Torino. Sé que, a partir de ahora y estén donde estén ese bar y el origen del Valencia CF, lo que habrá, sin ninguna duda, es el paisaje moral de un tiempo que, con sus luces y sus sombras, nunca se borrará de mi memoria.

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