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El peatón triunfa en Toulouse

Ya decía don Pío Baroja que «el carlismo se cura leyendo, y el nacionalismo, viajando». Cura el nacionalismo y también el localismo, añadimos. Por eso hemos andado estas últimas navidades por tierras cátaras, en ese sureste francés que vuelve a llamarse Occitania y que tantas connotaciones tiene con nosotros, los valencianos, empezando por la lengua d'oc -que ya rotula sus calles y vías, siempre acompañando al francés oficial-, y siguiendo por sus abadías cistercienses, preludios de la de Poblet y esta, a su vez, de Quart de Poblet, del monasterio de Benifassà y de todo el resto de los grandes cenobios valencianos.

Hay que detenerse, por supuesto, en la idílica Carcassonne, la ciudad medieval de cuento que se inventó sagaz y cultamente Viollet-le-Duc, demostrando que, en ocasiones, la arquitectura neogótica es mejor que la gótica, entre otras razones porque en el siglo XIX había más conocimiento y tecnología que en la Edad Media. La arquitectura del siglo XX, en cambio, es reacia a la reinterpretación de la arquitectura más artesanal producida en otras épocas. No sabemos si por cuestión de gusto o por cuestión de ego.

Las lecciones urbanísticas prosiguen en la cercana Toulouse, la cuarta ciudad de Francia y con un importante potencial de crecimiento tanto demográfico como económico, gracias a ser la sede del enorme complejo aeronáutico creado en torno al proyecto Airbús. Junto a los gigantescos tinglados y hangares que se levantan en los nudos de autopistas de la periferia tolosana -que ha absorbido incluso la campa de Muret, donde el padre de Jaime I, Pedro II el Católico, perdió la vida y todos sus sueños políticos en 1213-, Toulouse ha llevado a cabo una intervención modélica en el centro de la ciudad.

El área central de la capital occitana está cerrada al tráfico por completo, aunque mediante un diseño muy versátil y al mismo tiempo elegante. Dicha zona la constituyen una serie continua de plazas muy espaciales, principalmente la del Capitol, subrayada por el imponente edificio neoclásico del mismo nombre, Capitol, un gran teatro de la ópera. Plazas con formas diferentes, como la redonda dedicada al presidente americano Woodrow Wilson, u otras de trazas más cuadriculadas y arboladas que se conectan entre sí por amplias calles.

Las plazas son diferentes pero su sucesión resulta armónica. Abundan los edificios de ladrillo visto de tonos rojizos por mor de la arcilla con la que se fabrican desde tiempos romanos -de ahí que a Toulouse se la conozca como la ciudad «rosa»-, y todas las manzanas mantienen una altura constante en sus edificios. Aquí no hay medianeras, sobre elevados ni nada que se le parezca. Todo lo contrario que en València, junto a Castelló de la Plana una de las ciudades con más medianeras y diversidad de alturas de Europa.

El área peatonal de Toulouse y las calles que la rodean han sido diseñadas con aceras amplias y losas de piedra oscura, con bordes muy ligeros sobre una calzada adoquinada. En los accesos principales a esta zona se disponen varios y cómodos aparcamientos públicos para vehículos privados con información sobre la ocupación de sus estacionamientos que se actualiza al instante de modo digital. Más allá de estos garajes, el área se cierra también con pivotes mecanizados que solo los vehículos autorizados pueden activar para que desciendan: comerciales de carga y descarga en una serie de franjas horarias, y residentes inscritos como tales.

Así pues, el peatón domina claramente el centro de la ciudad, pero no se impide el tránsito rodado más útil y necesario. Obviamente, la circulación pedestre convive con bicicletas, patinetes -y también muchos patinadores- sin más problemas gracias a la buena educación de tolosanos y visitantes. Pero lo mejor de esta propuesta versátil es que permite la ocupación intensiva del comercio en esta área.

Contrariamente a lo que muchos comerciantes más convencionales suponían desde antaño, la peatonalización -bien hecha- atrae y multiplica clientes de modo exponencial. El caso de Toulouse es bien ilustrativo, su centro peatonal ha interesado a las mejores firmas comerciales del mundo, y cuenta con muchas más tiendas y de mayor calidad que la propia Valencia. Hoteles, pequeños museos, pastelerías y restaurantes con terrazas, incluso un mercadillo artesanal junto al Capitol completan el panorama de usos urbanos de esta ciudad, ahora mismo una de las más dinámicas de Francia.

Por lo demás, Toulouse no solo está limpia y ordenada, incluyendo las luminarias y decoraciones navideñas, sino que su señalización y el mobiliario urbano es neutro y proporcionado, puro equilibrio callejero. Toda una lección para Valéncia, futura capital mundial del diseño cuyo catálogo de objetos ocupando la vía pública no puede ser más caótico, irregular, desordenado, tumultuario€ y feo. Esperemos que nuestra nómina de diseñadores, que los hay y muy buenos, consigan darle la vuelta al triste imaginario estético de los políticos valencianos.

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