Venía yo, con un grupo prerreumático del Imserso, de practicar la escalada sobre las paredes de las hoces del Turia a su paso por Chulilla, y estando a la sazón de vuelta en la ciudad decidí comprar un par de libros con los que obsequiar a una que yo me sé y ustedes no. No era el día de Reixos, pero casi. Me decidí por Gegants de gel, de Joan Benesiu, y L'Esperit del Temps, de Martí Domínguez. Como su nombre indica, acudí a «Fan set», pero estaba cerrada y la urgencia del obsequio me llevó a unos grandes almacenes abiertos hasta el amanecer. Allí pregunté por la sección de libros en catalán, añadiendo ambiguamente conciliador, o valenciano, y me remitieron a la sección «Otras Lenguas», donde cuatro libros en guerrilla compartían estante con una versión en esperanto de Mujercitas, un thriller bajo cero en finlandés y, como su nombre indica, otros libros huérfanos en otras lenguas madrastras. No encontré ni a Benesiu ni a Domínguez. Obviamente. Resulta curioso, me dije, que unos grandes almacenes tengan menos libros en valenciano que muchas pequeñas librerías, y resulta sorprendente que los cobijen en «Otras lenguas», esa alteridad absoluta: como situar la paella en «Otras gastronomías» y a las Columbretes en «Países Exóticos»". En València, lo contrario sería de sentido común. Como aconseja Cañizares, oré para que las cosas cambiaran, pero fue o está siendo en balde.

Y ya que dije «sentido común», añado que el sentido común no es algo dado y eterno, sino «algo» («algo» por decir algo) que se construye. Con el tiempo, algunas ideas que no lo son se vuelven hegemónicas y engrosan o cambian el sentido común, el sentir de la mayoría. Durante siglos, por ejemplo, la inmovilidad de la Tierra formaba parte del sentido común construido sobre la experiencia ingenua. Ahora, sin embargo, no. Pero hay que andarse con cuidado porque algunas ideas o conceptos pasan al sentido común manteniendo el significante pero modificando el significado. Así, por ejemplo, un «golpe de Estado» no es un pacto entre partidos democráticos; ni «terrorismo» es la práctica política de Bildu; ni esperarse un mes a subir las pensiones es «congelarlas»; ni un «antipatriota» es alguien que no vota a la derecha política; ni un «feminista» es alguien que defiende los vientres de alquiler; ni una valoración política es un «insulto» Yo qué sé, por ejemplo: para el sentido común, para el sentir de la mayoría, «tonto, bobo o imbécil» son insultos; también lo son «víbora, cerdo o burro» (¡pobrecillos!). Pero «autoritario o fascista» no son insultos.

Si alguien dice que un discurso del monarca es «autoritario», no es un insulto, sino una opinión política. Si alguien dice, por el contrario, que el pacto de gobierno alcanzado por la mayoría parlamentaria democráticamente elegida es un «pacto de ratas», eso sí es un insulto. Hay gente muy «guarra». L'esperit del temps.