Hay saturación en llamar a todo golpe de Estado. Cuando se abusa de un término acaba perdiendo su sentido. Golpe de Estado, según unos, fue la declaración virtual de la república catalana protagonizada por Carles Puigdemont y los doce condenados del procés. Golpe antipatriótico, para los radicales españolistas, ha significado la formación del Gobierno de Pedro Sánchez, pactado con U. Podemos, los Comunes, PNV y otros partidos marginales. Mediante la abstención de Esquerra Republicana de Catalunya y Bildu. Estrictamente constitucional.

Confusión. La alternativa era un país en desgobierno abocado a terceras elecciones generales. Golpe de Estado es la calificación emitida por la oposición, ante la designación de la exministra de Justicia, Dolores Delgado, para la fiscalía general del Estado. Que la derecha de Pablo Casado y Vox se escandalice por el nombramiento de la nueva fiscal-jefe es una muestra inefable de cinismo. Desde el independentismo en el exilio, que capitanea Puigdemont, el golpe de Estado contra el estat català lo dieron los jueces de la Junta Electoral Central, mientras se negociaba la investidura. Al inhabilitar a Joaquim Torra e impedir el Tribunal Supremo -de Carlos Lesmes y Manuel Marchena (sala de lo penal)- que Oriol Junqueras tome posesión de su escaño en el Parlamento Europeo. El contragolpe lo da la Unión Europea, desde su Tribunal de Justicia de Luxemburgo, repartiendo actas de diputado hasta que se solicite suplicatorio, como es preceptivo. Un Parlamento sin inmunidad parlamentaria es fallido. De otra forma saltan las costuras democráticas. Acervo comunitario que el Reino de España ha asumido. No es posible ser miembro digno y respetado de un organismo internacional sin cumplir las reglas. Así se perpetran los golpes de Estado, saltándose las normas y la legalidad. Cuando se utiliza la fuerza de las armas (23-F) el golpe de Estado es incuestionable.

Golpilandia. En España en los últimos 200 años se catalogan más de 25 intentonas militares para subvertir el orden establecido. A partir del 12 de abril de 1814, cuando el «Manifiesto de los Persas» restablece la monarquía absolutista en Fernando VII. Desde 1874 hasta el 23 de febrero de 1981, rebelión en toda regla, se contabilizan siete golpes de Estado de naturaleza militar. La llamada Restauración fue golpe de Estado, del general Martínez Campos, perpetrado en València, para que desembarcara Alfonso XII en Sagunt, hacia Barcelona y Madrid, donde se coronó. A este cambio de régimen siguieron otros levantamientos. La asonada del general Primo de Rivera en 1923, -que dio lugar a siete años de Dictadura-, la Sanjuanada en 1926 o la Sanjurjada en 1932. Ningún golpe de Estado superó las consecuencias de la sublevación del general Franco en julio de 1936, Guerra incivil incluida, hasta abril de 1939. Seguido de la dictadura posbélica que situó a España al margen del concierto internacional. En 1957 se produjo el primer intento de liberalizar el país y suavizar las secuelas del golpe de Estado. Cuyos daños y perjuicios nunca se juzgaron ni resarcieron. De esa situación injusta -como recalca Francis Franco, nieto del dictador- deriva la Transición española a la democracia y la reimplantación de la monarquía en España.

La estética importa. En la galaxia política primero predomina lo legal, según los que mandan. Después, viene lo ético, que apunta a las conciencias. Así se llega a la dimensión estética. En enero de 2020 se ha constituido el primer Gobierno en coalición de la Transición. Nace el ejecutivo pluripartidista de 23 miembros. En un clima de agitación apocalíptica por parte de la derecha ideológica -Partido Popular (Pablo Casado+ J.M. Aznar+ Álvarez de Toledo), Vox (Santiago Abascal+ Ortega Smith) y los restos de Ciudadanos (Inés Arrimadas+ Luis Garicano). Se han cometido deslices estéticos en la composición del Gobierno de Pedro Sánchez. El más llamativo, la decisión infumable de incluir en un mismo Consejo de Ministros a los componentes de una pareja convivencial. Acumulación escandalosa de poder doméstico e insulto a sus militantes. Pablo Iglesias, vicepresidente y la ministra Irene Montero. La primera vez que ocurre en España. El segundo borrón estético es el nombramiento de fiscal general en la socialista Dolores Delgado. Legal y advertencia colegiada a la «Brigada Aranzadi», en terminología de Enric Juliana.Ridículo.

El tercer lapsus estético ha acabado en un «golpe al estado del lenguaje» y al sentido común, al sobreactuar en la equiparación de géneros. Parece ridículo especificar las diferencias entre consejo de «ministros o ministras». Si la persona destinada a la fiscalía general del Estado va a ser un «fiscalo» o una «fiscala». Sumado a las diferencias farragosas entre ellos-ellas, nosotros-nosotras, ciudadanos-ciudadanas, «personos» o personas. Pacientes espectadores de un circo mediático en el que se porfía en ser los más acerados progresistas, feministas o igualitarios. Iglesias, líder de Podemos, se presentó en la Moncloa exultante, arqueadas las piernas y en inconveniente actitud roquera. Dedíquense a trabajar para todos los ciudadanos y consigan que la justicia, sea, por fin, una realidad constatable. Equitativa, rápida y digna.