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Julio Monreal

La cooperativa naranja cumple 10 años

Diez años han pasado ya desde que tres formaciones políticas valencianas distintas y dispares constituyeron en el venerable patio de la Nau la coalición que hoy comparece en la palestra como Compromís. Aquella amalgama nacionalista, postcomunista y verde consiguió pasar de la práctica irrelevancia al Govern de la Generalitat, les Corts, las diputaciones y centenares de gobiernos locales en menos tiempo aún del que Podemos ha tardado en llevar a Pablo Iglesias al Ejecutivo español.

Lo recordaba esta semana la principal artífice de ese ascenso, la vicepresidenta Mónica Oltra, cuando presentaba una conferencia del presidente de les Corts y del Bloc Nacionalista Valencià, Enric Morera, cuando hablaba de la gente que venía de «largos silencios» para referirse a quienes habían hecho el viaje desde partidos extraparlamentarios hasta las responsabilidades del poder. Precisamente Morera por el Bloc, Oltra por Iniciativa del Poble Valencià y Carles Arnal por Els Verds firmaban hace una década la partida de nacimiento de Compromís. No era una fusión sino una «cooperativa de segundo grado» en palabras de Morera, y precisamente su naturaleza, su estructura y su funcionamiento son hoy objeto de un intenso y envenenado debate entre los que quieren que las tres formaciones y otros grupos que han ido naciendo en su seno se conviertan en un partido al uso; los que persiguen convertir la marca en una federación y quienes aspiran a que todo permanezca más o menos como está ahora, garantizando cuotas de voto y representación a todas las partes del agregado.

Los distintos sectores de la coalición alternan de forma más que frecuente fases de tirarse los trastos a la cabeza y de declararse amor y respeto eternos. Debe ser esa relación la que ha hecho posible el milagro de mantener bajo el mismo paraguas durante diez años a los nacionalistas del Bloc (aquellos que comían sopas con los convergentes de Jordi Pujol y los soberanistas vascos de Arzalluz, Ardanza o Ibarretxe) con las huestes de Iniciativa (procedentes de las estructuras del Partido Comunista y Esquerra Unida) y los Verdes ecologistas. Como dice Oltra de Morera, «sabe hablar y sabe callar», y debe ser ese ejercicio alterno de generosidad y contención con fases de enfrentamiento la receta de la longevidad política.

La coalición de la sonrisa naranja tomó inmediatamente posición en el ala izquierda del espectro político valenciano, especialmente por la energía desplegada por las dos mujeres más importantes de la etapa fundacional: Mónica Oltra y Mireia Mollà. Fueron tiempos de camisetas y de oposición sin cuartel en el caldo de cultivo de la crisis económica, los recortes, el 15M y la descomposición del poder popular herido de muerte por la corrupción. Echando la vista atrás, el líder real del Bloc, el conseller de Cultura Vicent Marzà, señala que Compromís supo recoger centenares de pequeñas luchas cotidianas que estaban dispersas, les dio cauce y se las echó a la cara al que denomina «régimen depredador». Llevó su oposición, en los fondos pero sobre todo en las formas, más lejos que el PSPV-PSOE y se adhirió una etiqueta de radicalidad que entonces le vino bien para ganar la visibilidad social y el poder pero que hoy se convierte en el principal ancla que mantiene a la coalición fondeada en los mismos números electorales. El debate de Compromís es hoy el de mantenerse en la mar encalmada o salir a buscar nuevos caladeros. Es tal la variedad de la organización que cualquier cambio puede representar un riesgo.

La pluralidad es la fuerza de la que presume la coalición, una ambición interna que lleva a sus protagonistas a subrayar sus perfiles nacionalistas, feministas, ecologistas y varios «istas» más hasta el punto de hacer difícil el etiquetado, porque el que sirve para Joan Ribó no sirve para Joan Baldoví. Y eso no es malo. Solo es complicado. Y convendría de vez en cuando conceder el don de la pluralidad también a los administrados, en lugar de ser en ocasiones tan intransigentes con lo que se debe conducir, cuándo y dónde hay que comprar o lo que se debe leer.

Compromís se ha consolidado en estos años como un agente imprescindible de la política valenciana en todas las escalas. Junto al PSPV-PSOE de Ximo Puig y ahora al lado de Unides Podem, partidos con los que se disputa el voto, ha tomado las riendas de una administración que estaba (y está) en práctica bancarrota y ha conseguido sacar adelante proyectos ambiciosos y poner en marcha cambios de calado en materia de bienestar social, educación sostenibilidad y otros. Pero también se ha hecho merecedora de críticas tanto de la oposición como de sectores sociales por caer a veces en la tentación de gobernar para su parroquia en temas económicos o culturales. Todo Gobierno tiene la legitimidad de los votos y de las instituciones de las que emana, y debe saber hablar y escuchar. El choque frontal en cuestiones como la ampliación del puerto de València (que Mónica Oltra califica exageradamente como un peligro para futuras generaciones) o las manifestaciones de ayer en Orihuela o Requena contra el retroceso del castellano en la educación reglada son asuntos delicados que competen a todos y muy especialmente a los líderes de la coalición naranja. La sociedad espera de sus gobernantes que resuelvan problemas, no que los creen. La Comunitat Valenciana de 2020 está mejor que en 2010, pero tiene derecho a aspirar a la perfección.

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