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Juventud, de contestaria a lúdica

Conforme nos alejamos de la juventud, más se reflexiona -y poetiza- sobre ella. Unos subrayan la estupidez y arrogancia de la juventud convertida en una especie de sarampión tal como la sentenció Georges Bernard Shaw. Otros, en cambio, la añoran con pesar y melancolía, de modo patológico incluso, como el personaje de Norma Desmond en El crepúsculo de los dioses. También suelen coincidir religiosos y revolucionarios en desear convivir con jóvenes, a modo de espiritualidad pascuera. Jorge Luis Borges, siempre metafísico, nos recordaba antaño que «solo aquello que se fue nos pertenece». Los científicos, por último, apuntan datos más objetivos pero a la vez relativos, como Albert Einstein, quien solía repetir que todas las generaciones, y no solo las presentes, han deseado cambiar el mundo cuando fueron jóvenes.

Lo bien cierto es que los resultados de las encuestas más recientes del CIS, relativos a las últimas tendencias del voto joven, y que coinciden con otras llevadas a cabo por empresas demoscópicas privadas poco después de las elecciones de noviembre, arrojan datos bien significativos. Según los estadísticos, España es, junto al Reino Unido, el país occidental donde la brecha política entre jóvenes y mayores se presenta de un modo más acusado. Al parecer, la crisis económica, el Brexit y la corrupción han dejado ese legado político. Una sociedad generacionalmente dividida.

En el caso español, resulta evidente. Los nuevos partidos y los extremos se nutren del voto juvenil, más aventurero, anti establishment y dispuesto a echar los dados de la fortuna porque hay poco que perder. Es el voto más volátil, también. De ahí el enorme descalabro de Ciudadanos y los arreones de Podemos en su día y de Vox más novedosamente, partido este último que ya es el segundo en preferencias juveniles. Con la edad, sin embargo, el voto se estabiliza y modera. Lógico, no hacía falta que nos lo certificaran. Cuando llega la primera hipoteca cambia por completo la perspectiva que teníamos del mundo.

Resulta curioso, también, comprobar el arraigo del Partido Popular entre mayores y pensionistas en busca de estabilidad, y la simpatía que despierta el PSOE entre las mujeres de todas las edades, como si la biología pragmática y posibilista de la caracterología femenina se sustanciara en el modelo de equilibrio socialdemócrata. Del mismo modo, se observan rasgos de política generacional en los territorios donde aflora el nacionalismo, el País Vasco y Cataluña.

Señala el periodista gerundense Albert Soler, convertido en el Michael Moore crítico del independentismo, que también son mayoría los jóvenes que abrazan la causa de la fantasmática república catalana: Los más barbilampiños nutren esa especie de deporte pseudo revolucionario consistente en cortar vías de tráfico y quemar contenedores urbanos mientras les observa la policía y, a veces, hasta les ayudan los mossos d'esquadra. Pero también los más mayores, en opinión del cronista del Diari de Girona, aquellos que pertenecen a una generación que no ha vivido sobresalto histórico alguno, deciden echarse al monte para ponerle algo de picante en el epílogo, solo algo, a su aburrida existencia.

Otro estudio, llevado a cabo por la Universidad de California en 2015 (y publicado aquí por la revista Muy Interesante), se tomó la molestia de conocer la evolución vivida por cerca de 250 jóvenes que habían encuestado 23 años antes, en 1992. El estudio señalaba con claridad la estabilidad emocional alcanzada por esas personas. Los jóvenes noventeros habían madurado dejando atrás sus excesos narcisistas, más cuanta más felicidad y romanticismo habían desarrollado junto a sus parejas o hijos. La arrogancia, en cambio, se perpetuaba entre quienes no tenían una buena convivencia amorosa. Curiosamente, el estudio californiano señalaba otra particularidad notable: los jóvenes más egoístas y ególatras de entonces solían tener éxito como supervisores, al mando de colectivos en organizaciones amplias. O sea, que la inmadurez sirve para dar órdenes.

Conocemos, también, las prospecciones que lleva a cabo la industria del videojuego y su poderosa capacidad de atracción sobre niños y jóvenes. Una industria que ya supera con creces los ingresos del cine, el gran negocio del entretenimiento del último siglo. Los videojuegos han multiplicado las horas lúdicas de las nuevas generaciones, y lo hacen mediante divertimentos digitales que provocan intensidades neurológicas como ninguna otra infancia ha experimentado antes. Un fenómeno que, guardando las distancias, podría asemejarse a la psicodelia de la juventud contestaria de los pasados años 60.

Ya lo explicó Sigmund Freud en su momento, que el comportamiento humano oscilaba entre el principio del placer y el principio de realidad, con los jóvenes más pendientes del primero y los adultos más consecuentes con el segundo. Aunque el psicoanalista vienés, como es sabido, terminó por escribir un libro al final de sus divagaciones que tituló Más allá del principio del placer. Pero esa es otra historia que dejamos para otro día no tan borrascoso como el que se pronostica para hoy.

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