Eurante la ceremonia de entrega de los premios Jaume I, nuestro presidente Ximo Puig reclamaba que «nunca más haya debates electorales en los que la palabra ciencia no se pronuncie». Tras la publicación del último informe PISA, ni España ni la Comunitat Valenciana han quedado en buena posición. Toca, por tanto, hablar de ciencia aunque no estemos en campaña. Al menos de su enseñanza.

Los resultados no han sorprendido al profesorado de Física y Química. Desde que entró en vigor la LOMCE venimos manifestando, ante los responsables de la Conselleria d'Educació, nuestra preocupación por la situación en la que se encuentra la enseñanza de las Ciencias en general, y de la Física y la Química en particular. La escasa carga horaria de las asignaturas de ciencias, mucho menor en España que en los países que lideran Europa (y con nuestra Comunidad a la cola de España), junto con las elevadas ratios, la desaparición de las optativas de laboratorio, y las deficientes instalaciones de estos (medios escasos, obsoletos, muchas veces inservibles y sin suficientes medidas de seguridad) convierten en anecdótico el desarrollo de la imprescindible parte práctica.

A ello hay que unir el descabellado diseño de la optatividad que la LOMCE ofrece al alumnado del itinerario científico-tecnológico. Optatividad que es distinta en cada centro y que, a menudo, viene determinada por el tamaño de los departamentos. Los de Física y Química, reducidos a la mínima expresión desde hace muchos años, rara vez se encuentran entre los grandes.

Por si fuera poco, el extenso y repetitivo currículo, ni coordina los contenidos entre las asignaturas de ciencias, ni prepara al alumnado del bachillerato científico para sus estudios universitarios, ni contribuye al desarrollo del pensamiento crítico y de la vocación científica en la etapa obligatoria. Esta deben traerla «puesta de casa». Se propone como «solución» agrupar las asignaturas de ciencias en un «ámbito científico» en el que se ensayarían «nuevas metodologías» que, por arte de magia, solucionarán el desastre. La implantación de la LOGSE en los años 90 anticipó el inicio de la secundaria al séptimo año escolar con la intención de que la enseñanza de cada materia quedara en manos de especialistas en la asignatura. Ahora se propone unificarlas de forma que sea el especialista en una de ellas el que las imparta todas. Para este viaje no hacían faltatantas alforjas.

Es necesario, por el contrario, apostar de una manera decidida y realista por la enseñanza de las ciencias. Urge un plan (semejante al Plan Lector que dota de material y personal a las bibliotecas de los centros) que proporcione a los laboratorios los medios necesarios, que asigne unas cargas horarias adecuadas, que garantice una optatividad correcta y unas ratios idóneas, y que desarrolle la necesaria formación del profesorado en las metodologías que hayan demostrado su eficacia. Recientemente el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas alertaba en su informe La contribución socioeconómica del sistema universitario español que «sin suficientes ingenieros, matemáticos, físicos o químicos nos quedaremos fuera de la Revolución 4.0». Desgraciadamente, si no se pone remedio a la situación en Secundaria y Bachillerato, también nos quedaremos fuera de la futura Revolución 5.0