El alumnado suele llegar a clase muy cargado. La mochila pesa, casi tanto como sus prejuicios, frustraciones y diversa contaminación derivada de la familia, redes sociales y, en definitiva, un capitalismo neoliberal aplastante. Se ha sustituido la conciencia de clase por edulcorantes como el derecho a elegir la educación de los hijos, algo que, desde siempre, ha sido propio y definitorio de la burguesía. La lengua de las mariposas llega cada curso a mis clases de Valores Éticos, quizá no por mucho, pues, en los últimos tiempos, el discurso del derecho a «decidir» está en boga. Una tradición de raigambre, eso de meterse en camas ajenas sin consentimiento previo. Si por algo elijo aquella película es para que nuestro alumnado sepa que, desde siempre, a los pobres, al proletariado, siempre se nos intenta aplastar la conciencia, la libertad, la dignidad y la voz. El PIN parental es la versión moderna de la Inquisición, la respuesta doctrinaria de quienes antaño manchaban sus manos de sangre en defensa de una moral constreñida, pacata.

Es totalmente obsceno que las familias decidan si una criatura o adolescente será o no formado en educación afectivo-sexual, feminismo o activismo LGTBI. En todo caso, si desean destruir el cerebro y la vida de menores de edad -más todavía de lo que ya hace en sí el Capital- mejor que sea en un centro privado, donde, si prefieren, podrían objetar al teorema de Pitágoras o al Manifiesto comunista de K. Marx. Antes sólo estudiaban los burgueses y nadie reivindicaba ese hipotético derecho a «decidir». A La lengua de las mariposas me remito. El maestro -y la maestra- en el punto de mira, siempre que se salga del discurso dominante. El del Capital, quiere decirse. Hay que sospechar si uno recuerda en clase la persecución del franquismo a los homosexuales; ojo con las teorías emancipadoras o filosofías críticas con el sistema opresor; cuidado si una profesora enaltece el feminismo y denuncia el patriarcado; vigilad a quienes imparten formación afectivo-sexual, que son unas depravadas; seamos serios y no abordemos tabúes como el suicidio o el incesto, no sea cosa que nuestros muchachos vuelvan a casa traumados. El caso es perseguir, censurar, restringir, amedrentar. ¿Dónde estaban los del PIN parental cuando la miseria impedía estudiar a tanta juventud? ¿Dónde cuando la escuela era para élites? ¿Dónde cuando el aula compensa hoy la estulticia de sus familias?

Seguimos en una lucha de clases, camaradas. El PIN parental es un ejercicio de dominación, control e imposición de la ideología represora, puritana, violenta. Eso es, en definitiva, el PIN parental: violencia. La violencia que supone privar al alumnado de una conciencia crítica, libre, diversa, respetuosa e igualitaria. Hay que plantearse si, desde las centros educativos, beneficia este incómodo silencio. La cordialidad no sirve de mucho. De ahí la necesidad de situarse en posición de defensa y ataque. Para que sepan que, en el aula, decido yo. Así de sencillo: tus hijos, mi decisión.