Ya han pasado los festejos climáticos alrededor de la COP 25, y sería cosa de pasar de la propaganda y hacer planteamientos serios sobre como abordar la reducción de gases de efecto invernadero (a partir de ahora GEI), que de seguir incrementándose al ritmo de las últimas décadas nos aproximará, a los humanos, al abismo de la extinción.

Lamentablemente, los dirigentes de las grandes potencias contaminantes (EEUU, Rusia, China, India…) no parecen estar dispuestas a intervenir en sus sociedades para reducir el volumen de GEI que emiten a la atmósfera terrestre que, no debemos olvidar, no tiene fronteras. Si no se consigue convencer a los principales emisores de GEI poco se habrá conseguido. Una muestra preocupante de la situación en que nos encontramos es que en los mismos días en que se celebraba en Madrid la COP 25 salía a bolsa, con extraordinario éxito, la compañía petrolera saudí Aramco con un capital de alrededor de 1,7 billones de euros, es decir con un capital superior al PIB español. Es más, dicha compañía se ha situado en el primer lugar del ranking de empresas por su capital en bolsa, desplazando a las tecnológicas norteamericanas. Se trata de un indicador claro y preocupante de que muchos auguran un gran futuro a los combustibles sólidos causantes de los GEI. Otra muestra igualmente preocupante es que los Estados que asistieron a la COP 25 ni siquiera fueron capaces de ponerse de acuerdo sobre el mercado de emisiones de GEI. Así, a la posición de bloqueo de algunos grandes estados y a la incapacidad de los estados favorables a reducir los GEI para alcanzar acuerdos, se unen los intereses de las compañías petrolíferas del mundo que no parecen dispuestas a permitir que su negocio decaiga.

La clase política española, al margen de la propaganda, tampoco da ejemplo alguno en la dirección de reducir el consumo de GEI. No vemos placas solares en los edificios públicos, ni que los vehículos de gobernantes o los autobuses urbanos sean eléctricos o híbridos, por citar solo algunos ejemplos que darían alguna credibilidad a lo que dicen pensar. Por lo demás, España no está reduciendo en los últimos años las emisiones de GEI. La experiencia nos dice que a lo largo de la historia se han suscrito todo tipo de acuerdos y compromisos que no se cumplen, probablemente porque es relativamente fácil decir lo que debe hacerse, pero es mucho más difícil hacerlo. Y debe decirse, igualmente, que los proyectos muy ambiciosos, pero poco realistas, son más difíciles de cumplir que los compromisos moderados pero realistas.

La totalidad del modelo productivo en que vivimos desde comienzos del siglo XX está basado en la emisión de GEI. Veamos un solo ejemplo. El conjunto de los GEI que emiten los aviones los sitúa entre los primeros responsables de la situación actual, y el transporte aéreo no hace más que incrementarse ¿Qué hacemos? ¿Reducimos o suprimimos los aviones que son instrumento fundamental para potenciar las relaciones comerciales, el turismo y un largo etcétera de actividades humanas? Si lo hiciéramos muy probablemente retrocederíamos a tiempos anteriores al siglo XX. Lo mismo podríamos decir de otras tantas actividades humanas que exigen, en el estado actual de nuestra ciencia y tecnología, la emisión de GEI.

Es necesario recordar los muchos miles de empresas, de millones de empleos y de cientos de miles de ingresos fiscales que se verían afectados, por ejemplo, por la liquidación o reducción del transporte aéreo, naval o terrestre. Y sea cual sea el sector de la economía en que se decida que hay que reducir los GEI, sin soluciones alternativas, nos encontraremos con efectos desfavorables en la economía y el empleo. Quienes recuerden lo sucedido con motivo de la reconversión industrial que llevó a cabo el Gobierno González en los años 80 del pasado siglo saben las consecuencias de no prever los efectos de una reconversión limitada, como fue la que exigía incorporarnos a la Unión Europea. Pues bien, los efectos desfavorables de una reconversión industrial en Europa, para reducir la emisión de GEI, sin una planificación exhaustiva, serían de dimensiones que multiplicarían por mil lo que sucedió en España en los años 80.

En la ciencia y la tecnología se encuentra una de las claves para poder llevar a cabo la reducción de GEI. Es necesaria una inversión extraordinaria en ciencia y tecnología que sea capaz de descubrir primero y aplicar después nuevas fuentes de energía que sustituyan los combustibles sólidos. Y es igualmente necesario incrementar y mejorar el uso de las energías alternativas de que disponemos en la actualidad, que deben hacerse más eficientes. ¿Como es posible que España, el país de la Unión Europea con más horas anuales de sol no encabece el ranking de instalaciones industriales y domésticas de energía fotovoltaica o de otras energías renovables? ¿Qué impide que el legislador español obligue a la instalación de energía fotovoltaica en los nuevos edificios, y que subvencione directa o indirectamente la instalación de dicha energía alternativa en las viviendas ya construidas? Por desgracia, y al contrario, se han producido vaivenes en las políticas y regulaciones de las energías renovables, que han puesto en duda la seriedad de España en este campo, lo que ha supuesto una importante reducción de las inversiones extranjeras que se estaban canalizando hacia nuestro país. Deben adoptarse políticas mantenidas en el tiempo, que permitan atraer los flujos financieros necesarios.

No se nos oculta que la sustitución de los combustibles fósiles por energías limpias plantea problemas, pero no observamos que el Gobierno tenga un plan para abordar la reducción de GEI, al margen de lanzar mensajes que en muchas ocasiones son equívocos. Y otro tanto puede decirse de los ayuntamientos que creen que la atmósfera es posible dividirla en compartimentos estancos, como si se tratara de una parcela de terreno. La COP 25 y anteriores cumbres no hacen sino reproducir la evidencia científica de que debe reducirse la emisión de GEI, así como los porcentajes de reducción necesarios para que sobrevivamos, pero no dicen lo que es igualmente importante ¿cómo hacerlo sin causar una catástrofe similar a la de no reducirlos? Y sobre este asunto los gobiernos no dicen nada significativo, ni se han pertrechado de los instrumentos científicos, organizativos y financieros necesarios para abordar ese extraordinario reto. Justamente por eso queremos llamar la atención sobre la necesidad de que el Gobierno elabore un gran plan, en que se tenga en cuenta a todos los sectores afectados, que integre ciencia, tecnología, organización y medios financieros necesarios para llevar a cabo una efectiva reducción de los GEI, sin perder de vista lo que sucede en el escenario internacional.