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A vuelapluma

Alfons Garcia

La mística y la ética

No dejo de darle vueltas a una frase: «Nos preocupamos tanto por la mística que olvidamos la ética». Esteban González Pons enmarca declaraciones. Vuelve a demostrar su capacidad esta vez en el ambiente ligero de Vanity Fair.

Da igual que diga también que está convencido de que el espiritual Francisco Camps no se llevó un euro. La afirmación lapida un tiempo que conoció de cerca: una época que se olvidó de la ética. ¿Qué más se puede decir si estamos hablando de política, de bien común?

Esa facilidad para la genialidad verbal del político del PP me produce una mezcla de admiración y rechazo. Lo primero, porque la agilidad dialéctica es un sueño para los que tendemos al gruñido y el silencio cuando nos toca enfrentarnos a alguien o a un auditorio. Lo segundo, porque tiene algo de ese rasgo tan valenciano del ingenio y gracia, que suele ser una forma de superficialidad.

Así somos, que no es ni bueno ni malo, aunque algunos tendamos a subrayar lo negativo. A través de un amigo más sabio que docto he llegado estos días a Una leve exageración, una especie de autobiografía emocional de Adam Zagajewski más que aconsejable. Dice el poeta polaco premio Princesa de Asturias que escribe para corregir sus torpezas y su laconismo verbal, para desgranar sus ideas en oraciones más largas y mejor argumentadas. Debería regalar el libro a mi familia. O fotocopiar esa parte. Uno no es Zagajewski, pero casi a diario junta letras de caducidad rápida. No sé si he acabado a este lado del teclado por huraño o si la fatiga de construir argumentos negro sobre blanco empuja al silencio. Sé que es un atributo de cobardes, pero guerreros de la palabra ya hay muchos. No me necesitan en ese ejército.

Entender algo mejor el mundo cercano es lo que busca cualquier lector. Obtener cierta perspectiva amansa la comprensión de la realidad. Los titulares dan por naturaleza un carácter excepcional y exagerado al presente. El tiempo se encarga de demostrar (cuando ya sirve de poco) que hay muchos episodios graves pero los importantes son menos. Los polacos no eran nada hace siglo y medio. Mejor dicho, eran Historia antigua y un sueño de poetas románticos. Podían ser parte de dos imperios, el alemán, tan recio y poderoso, todo acero, y el austriaco. Incluso podían ser un extremo bello de la gigantesca Rusia. Pero no. Creyeron en algo tan evanescente como el sueño de Polonia. Y ahí están. No sin dificultades, después de unas cuantas vicisitudes históricas, algunas trágicas. Los sueños se han demostrado un material ultrarresistente. Algo parecido podría decirse de Irlanda. Eso cuenta en primera persona y recordando historias familiares Zagajewski.

La correlación con Cataluña es obvia en estos tiempos. Hoy es poco más que un sueño de parte de la población, pero quién sabe dónde estará en unas décadas. La mirada tranquila sobre el pasado invita a vivir el presente con menos dramatismo. Y a observar que las tragedias no ocurren por obra de un fatal destino, sino por las acciones diarias. El ejemplo de Polonia podría dar que pensar también sobre aquellos, más cercanos (muy pocos, minoría de una minoría), que no quieren ser, ni quisieron, españoles ni catalanes, pero eso parece lejos incluso de la categoría de sueño.

Si el olvido de la ética (más que el apego a la mística, realmente) enmarca el tiempo de Camps, la duda que surge es qué frase definirá estos años de Puig y Oltra. Hoy es pronto, pero con que la ética no vuelva a quedar en el rincón, uno casi se conforma.

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