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Vinieron las lluvias ... y el caos

Vinieron las lluvias es el título de un famoso libro, y su consiguiente película, que se desarrolla en la India, donde como enseñan los manuales de geografía llueve a mares durante los monzones. En aquellos confines asiáticos pueden producirse lluvias torrenciales, con graves inundaciones que se llevan por delante poblados y vidas, pero tales circunstancias no parecen inmutar ni a los propios habitantes de la región indostánica o a los de la lejana Cochinchina.

Aquí también estamos acostumbrados porque las riadas son periódicas en la cuenca del Mediterráneo occidental donde nos asentamos. Hay registros milenarios que señalan esos acontecimientos metereológicos que ahora llamamos DANA y antes gota fría en territorio valenciano. Ríos, barrancos y ramblas que permanecen secos durante años se convierten en indomables torrentes de agua en cuestión de horas. Suele ocurrir en primavera o en otoño, cuando cambian de modo radical las temperaturas y esa aguda depresión desata las formidables tormentas que todos hemos padecido.

Al meu país la pluja no sap ploure: o plou poc o plou massa; si plou poc és la sequera, si plou massa és la catàstrofe. Lo canta Raimon Pelejero. Los valencianos llevan siglos bajo ese designio metereológico, pero la modernidad, con su urbanización masiva, ha multiplicado los efectos devastadores del agua. Ese y no otro es el motivo de que tengamos un cauce nuevo del Turia, que hubiese un plan contra las avenidas en la cuenca del Júcar y otro en la del Segura€ que, en suma, técnicos y políticos se pusieran a prevenir y paliar las temidas riadas mediterráneas.

Y en eso andamos, por más que no todo el mundo haga el caso que debiera pues seguimos construyendo en zonas inundables, no se limpian y preparan adecuadamente los imbornales y colectores que deben dar abasto a las precipitaciones, o falten por acometer algunas obras de defensa pendientes. Pese a todo, sin embargo, se ha avanzado. Este humilde escribano que vivió de cerca informativamente los desastres de 1982 y 1987, da fe de que se ha mejorado; las condiciones con las que ciudades como València, por ejemplo, afrontan un fuerte diluvio son sustancialmente mejores que hace treinta años, cuando cada vez que caían cuatro gotas salían en barca por el distrito Marítimo.

Pero lo que nos ha sobrevenido esta última semana, la gran borrasca Gloria, era otra cosa. No se ha producido por una gran oscilación térmica al paso de una estación a otra. Gloria, dicen los expertos, es una borrasca anormalmente poderosa porque se está produciendo un fuerte deshielo en el Ártico, generando con ello una alteración del régimen de los vientos. Gloria ha sobrepasado los habituales campos de acción de las fuertes tormentas atlánticas y ha llegado al Mediterráneo, y aquí ha desatado una fuerza de lluvia y viento desconocida, con un oleaje oceánico que ha asolado el apacible litoral del Mediterráneo, un mar semicerrado que difícilmente generaba tales magnitudes marítimas.

Ahora, desde luego, es tiempo de evaluar daños, reparar destrozos y ayudar a los damnificados. Pero resulta muy preocupante que el fenómeno Gloria sea uno de los anunciados efectos perniciosos del llamado Cambio Climático, y que lejos de tratarse de una desgracia puntual haya venido para quedarse y trastocar por completo la coexistencia con nuestra tradicional y apacible costa.

Por el Atlántico, en cambio, ya saben cómo se las gasta el mar cuando alcanza oleajes de casi diez metros de altura. Allí no hay paseos marítimos si no es a varios kilómetros de distancia, no hay construcciones a pie de playa ni en las cercanías, y los cordones dunares o las obras de protección defienden la franja costera más cercana al agua. Es otra forma de relación la que existe entre el hombre y la naturaleza. En el Mediterráneo, todo es distinto: no hay mareas, apenas temporales, y creemos que el mar es una sempiterna balsa de tranquilidad.

Es tiempo, por lo tanto, de asumir el reto al que la naturaleza nos obliga, para salvar en primer lugar a la gente, pero también las formas de vida y las economías que en nuestro país dependen del negocio de las playas, uno de los más importantes de los que engrosan el PIB valenciano. Más allá de visitas oficiales y compensaciones económicas puntuales, es hora de arremangarse y empezar a planificar y promover con rigor las opciones necesarias frente a la emergencia climática que se nos ha echado encima. Con un decreto gubernamental no basta, es urgente implementar todos los conocimientos y todas las políticas para ello. Tampoco será deseable una gestión administrativa de ordeno y mando como ha venido ocurriendo con las sucesivas leyes de costas, entre otras razones porque a las personas hay que ofrecerles nuevas alternativas.

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