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A vuelapluma

Alfons Garcia

Tiempos modernos

Últimamente me asaltan ataques de desubicación: ganas de salir corriendo de los sitios sin mirar a los ojos. No sé qué hago por aquí. Corre, conejo. Encuentra un lugar que no existe antes de que el desencanto te cace a ti. Perfecciono el arte de la gozosa supervivencia entre canciones de Quique González y versos de Karmelo C. Tiempos modernos, tan aparentemente distintos y tan iguales. No hay lugar en el mundo. El lugar debe de ser la carrera.

La del Brexit. Tiempo de rupturas y de intereses de mirada corta. España conmemorando los 80 años de un castrante exilio forzado; Gran Bretaña exiliándose por voluntad propia del sueño europeo. Cuando Rafael Alberti salió del aeródromo de Monóvar en 1939 hacia Orán, el joven piloto descendió lo más que pudo hasta un pueblo que el poeta no recuerda: aquel soldado sabía que nunca volvería a estar más cerca de su familia. Europa no ha sabido serlo. Hoy los miedos nos arañan y el refugio de lo conocido consuela.

Tiempo de grandes altavoces para las mentiras. Somos supervivientes. Tendemos a creerlas porque necesitamos seguridad. Por la misma operación pero a la inversa descreemos de las alertas de los científicos sobre el cambio climático.

Algo funciona mal cuando una mayoría digiere con naturalidad el Brexit (votado en las urnas y refrendado en unas elecciones presidenciales hace mes y medio), pero no actuamos en cambio ante la urgencia del calentamiento global. Firmamos grandes declaraciones (Kyoto, París...), pero la realidad es que las emisiones continúan aumentando. Aprobamos sonoros objetivos para dentro de 10 o 30 años, pero seguimos pensando que nuestras condiciones de vida van a ser las mismas que las de antes. Queremos creer que nada va a cambiar, pero la ciencia dice que no va a ser así. Escuchamos que la temperatura va a subir cuatro grados en 80 años, pero no asimilamos la consecuencia: veranos insoportables y gotas frías más frecuentes. El planeta está diciendo que va a continuar su camino, con o sin nosotros. Somos los seres humanos los que tendremos que adaptarnos. Lo haremos, porque somos supervivientes, pero tarde. Es el mensaje que nos deja el último temporal, solo cuatro meses posterior al anterior. No hace falta abrir los ojos, nos los están abriendo a golpe de fenómenos extremos.

Si el sentido común nos condujera, firmaríamos hoy mejor que mañana un gran pacto para intentar apartar el cambio climático de la confrontación política. Algo así sería como llevarse la Luna debajo del brazo. Como volver a colarse en las piscinas de los veranos de la juventud. Pero cuesta no ser pesimista en estos tiempos modernos de ruptura. Quizá es momento de empezar a dar un paso al lado y dar más voz a los jóvenes. Este mundo no deja de ser una rueda movida por viejos que pensamos ilusamente que tenemos toda la vida por delante. Y es de los otros, los casi siempre silenciosos. El futuro en juego es el de ellos. Pero aplicamos una mirada patriarcal y condescendiente a sus movilizaciones. Sin embargo, no descartemos que sepan mejor que nosotros lo que hacen. Cuando nos impelen por ejemplo a dejar de usar masivamente medios de transporte contaminantes, nos están diciendo que existe un progreso, pero diferente, no al ritmo de cómo ha sido hasta ahora. O que la prioridad no puede ser crear cualquier tipo de empleo. Los parámetros posindustriales no sirven. Tiempos modernos. Tiempos de soledad. Día de tristeza, pero no de desesperanza.

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