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Julio Monreal

El Mediterráneo saca sus escrituras

Gloria pasó como un temporal singular y por si fuera poco ha desencadenado un terremoto. No se habla de otra cosa que de la posibilidad/conveniencia de que la mancha urbanizadora y hormigonada desde la que humanos y mascotas contemplan el mar dé un paso atrás y devuelva al Mediterráneo lo que le corresponde por derecho. Una sospechosa y poco creíble unanimidad se ha instalado en el debate político (en el científico ya existía) sobre las culpas de este desastre y los remedios para que se repita lo menos posible o provoque menos daños. Un papel protagonista ha tenido en este seísmo el alcalde de Bellreguard, Àlex Ruiz (Compromís), al plantear que no se reconstruya el paseo marítimo de este municipio de La Safor, especialmente afectado por el temporal, con daños valorados en 500.000 euros, y que se devuelva la franja litoral a la Naturaleza.

Ya lo decía el catedrático de Geografía y ex conseller de Obras Públicas Eugenio Burriel en 2001, cuando las ciclogénesis explosivas carecían de nombre propio. En noviembre de 2001, el experto publicaba en las páginas de Levante-EMV un artículo que hoy cobra máxima actualidad. El texto («Cuando el mar saca sus escrituras») advertía tras el paso de otro temporal que la actividad humana ha invadido el espacio del mar, alterado las condiciones del litoral y favorecido el retroceso de las playas y el aumento de la fuerza del oleaje. Burriel apuntaba como causas de esa situación hacia una legislación obsoleta y no respetada; la tolerancia con la ilegalidad y la consolidación de kilómetros de edificaciones y paseos marítimos en zonas expuestas a temporales o sobre cordones dunares. Tierra adentro también había causas señaladas por el catedrático, como la reducción de aportaciones de arena de los lechos fluviales a las playas del litoral por los embalses y la actividad extractiva de áridos.

El equilibrio ya se había roto entonces y se agravó con la masiva urbanización que trajo la burbuja inmobiliaria. El «pacto con el mar» que propugnaba Burriel, a base de evitar nuevas ocupaciones y destrucción de dunas litorales, supresión de edificaciones ilegales y eliminación de barreras que impiden el movimiento de la arena no se concretó y las agresiones continuaron, confirmándose el pronóstico de temporales cada vez más frecuentes y con mayores daños.

El presidente Ximo Puig fue el primero en expresar la necesidad de abrir un debate sobre la reacción al cambio climático y a los temporales, ya con la DANA que asoló la Vega Baja. Tras el paso de Gloria, la vicepresidenta Mónica Oltra ha abogado abiertamente por no reconstruir zonas urbanizadas dañadas y el vicepresidente segundo del Gobierno de España y líder de Podemos, Pablo Iglesias, también ha subrayado la necesidad de deshormigonar el litoral.

Sin embargo, en asuntos de actuación en la franja costera, es más fácil hablar que actuar. El mar es dinero. Y el Mediterráneo más. Un café en cualquier paseo marítimo cuesta el triple que en un alojamiento rural. Nadie que quiera vivir junto al mar aspira a la tercera o cuarta línea de playa, y los privilegiados con balcón bajo el que rompen las olas exhiben orgullosos sus videos en internet. Las autoridades municipales de Benidorm se apresuraron a difundir que tras el paso del temporal sus paseos y playas han aguantado sin ningún problema. A ellos que no les miren. Hay chalés, urbanizaciones enteras y hasta edificios públicos en flagrante línea marítimo-terrestre pero nadie les hinca en diente. Los derribos de edificaciones ilegales en la costa valenciana se cuentan con los dedos de una mano en los últimos veinte años, pese a la abundancia de casos susceptibles de piqueta; los deslindes de la zona marítima se realizan con la suavidad de un guante de seda, porque los intereses en juego son muchos y muy cuantiosos; las administraciones tienen comportamientos discrecionales, que hacen que la Generalitat botánica abogue por repensar la reconstrucción de zonas dañadas mientras el ayuntamiento riáltico de Joan Ribó se apresura a reparar la Casbah de El Saler después de que el agua se meta en los comedores de sus privilegiados moradores. O condena al derribo al hotel Sidi Saler -no vaya a ser que se cree algún empleo o reciba algún turista- mientras bendice a su vecino, el parador nacional.

El debate litoral en relación con el cambio climático es necesario, pero la práctica totalidad de los alcaldes afectados está pidiendo en los despachos de aquí y de allí que se reconstruya pronto todo para no perder la campaña de Semana Santa. Dénia, Peñíscola y Daimús, las localidades más afectadas, viven en buena medida de un turismo que busca la playa y sus servicios, paseos, tiendas, vistas... Ya lo decía Burriel en 2001. El diagnóstico está claro y las soluciones, también. La cuestión es si la sociedad está dispuesta a pagar el precio de la renaturalización de la costa, y si los políticos asumirían los conflictos locales derivados de decisiones drásticas. Se quejaba esta semana el presidente de la Generalitat de que la sede del Instituto Oceanográfico esté en Madrid, a 350 kilómetros de la costa más próxima, en su reivindicación de un proceso de descentralización de organismos del Estado para mejorar la cohesión territorial de España. Pero puede que en ese caso concreto sea mejor así, que los ojos de sus investigadores no vean más allá de la M-30, no sea que conozcan el mar y su creciente bravura y hagan algo para cambiar las cosas. Desde hace demasiadas décadas, las relaciones entre el Mediterráneo y la tierra firme son como el tapiz de Penélope en la Odisea de Homero: por el día se hace y por la noche se deshace para que todo siga igual. Habrá que ver si el susto del cambio climático rompe esa dinámica. Difícil está.

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