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Pensar la ciudad

A cualquier hora del día en el centro de la ciudad de San Francisco puedes experimentar el impacto hiriente de la marginación y la miseria cuyo agravamiento he podido constatar recientemente. En una ciudad turística y millonaria por la proximidad de Silicon Valley, es corriente toparte con personas que tienen por hogar sus calles y en las que en condiciones insalubres coexisten con el resto de ciudadanos que residen en las casas y edificios. Esta situación no es nueva, ni siquiera es extraordinaria de esta urbe, se reproduce en mayor o menor medida en las grandes ciudades de los Estados Unidos. En este caso, en el de San Francisco, su Ayuntamiento pretende solucionar el problema con la construcción de los denominados Navigation Centers, lugares de servicios integrales para las personas sin hogar. Ello, con la financiación millonaria proveniente en gran medida de las todopoderosas empresas tecnológicas de la zona, a las que se les atribuye parte de la responsabilidad de la situación por influir con los sueldos millonarios en el precio de la vivienda.

Pero no hay que irse tan lejos para observar con congoja imágenes similares en ciudades europeas, como es el caso de la archiconocida Plaza de San Pedro en Roma cuya imagen nocturna dista mucho de la que sale en las postales, por la noche se convierte en un enorme dormitorio al raso de cientos de personas que duermen en el suelo del corazón de la iglesia.

Vivir en la calle es una de las manifestaciones extremas de un grave problema social, pero, ¿se soluciona sólo con dinero? No. Nuestra exigencia del tipo de ciudad en la que queremos vivir está directamente relacionada con nuestra capacidad individual y colectiva de que se realice una planificación urbana que dé respuesta a las necesidades de todos. Porque la ciudad en la que vivimos es nuestro espacio de desarrollo personal y económico.

Cada vez más se escucha la reivindicación de una concepción que no es nueva en absoluto y que se conoció como tal en el año 1968 cuando Henri Lefebvre publicó su libro Derecho a la ciudad, en el que definía este concepto como un derecho más allá de la calidad de la vida urbana. Pues bien, mantiene su vigencia como lo demuestra la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad del año 2004, iniciativa en la que un numerosísimo conjunto de organizaciones internacionales de sociedad civil recopilaron compromisos y medidas que debían asumir tanto la sociedad civil como los gobiernos locales y nacionales, así como los organismos internacionales.

Muchos otros han reflexionado sobre la ciudad como Robert Park, uno de los padres del concepto de sociología urbana, o el geógrafo David Harvey, quien señala que todos hacemos la ciudad a través de nuestras acciones cotidianas y de nuestro compromiso político, intelectual y económico.

Lo cierto es que el imparable éxodo humano hacia las ciudades, que conlleva por el contrario el vaciamiento de las zonas rurales, hace necesaria la reflexión y pensar la ciudad, desde un punto de vista económico, ambiental y social, y en nuestro caso más si cabe, ya que en la Comunitat Valenciana casi el 80% de la población se concentra en los núcleos urbanos, superando en 30 puntos la media mundial. En este sentido, a finales de octubre pasado el Consell acordó elaborar la Agenda Urbana Valenciana, siguiendo las recomendaciones de la ONU para el desarrollo de las ciudades en consonancia con la Agenda 2030 y el Objetivo de Desarrollo Sostenible Nº 11 que pretende lograr ciudades inclusivas, seguras, resilentes y sostenibles.

En València, con grandes proyectos sobre la mesa cargados de polémica y respecto de los que se producen las inevitables luchas de poderes e incluso de ideologías, se hace necesario, yo diría imprescindible, pensar la ciudad presente y la futura, desde el consenso. Porque como ya dijo Robert Park , la ciudad es el mundo que el hombre ha creado y también constituye el mundo donde está condenado a vivir. Y lo de la condena suena mal. persigue no tienen retorno.

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