Un viejito de 74 años, corvo, de ojos chicos como si le cegara el sol, sube a un escenario en la Plaza de la Independencia de Montevideo. Se mueve torpe pero decidido, mirando el piso mientras parece preguntar por dónde se coloca. Según avanza saluda de forma fugaz a las autoridades en el público levantando un poco los ojos del suelo, como el niño que el primer día de clase llega tarde y con la lección ya empezada. Llega al punto indicado y se para frente a frente con una plaza abarrotada, una marea de gente que desemboca en una enorme cola sobre la ancha avenida 18 de Julio. Desde esta posición, bajo la enorme estatua ecuestre de José Gervasio Artigas, su pequeña figura es casi imperceptible, pero su mirada no. Ya no mira torpe, mira desde atrás de su historia, a través de sus ojos orientarles como la república. Comienza el mito.

El resto de la historia es sobradamente conocida, Mujica se convertirá en uno de los presidentes con mayor proyección internacional. Después de su discurso ante las naciones unidas, casi un testamento, Mujica fue destacando en el contexto de una crisis global por sus discursos cargados de otro mundo posible, su intimidad austera y una percepción amable.

En aquel discurso de toma de posesión, en 2010, José Mujica toma la palabra por fin, señala hacia un costado del escenario y recompone una antigua historia: «Invité a un viejo ‘peludo’ de Artigas, criado en la frontera, huérfano de gurí, que siempre que voy ahí paro en su rancho. Es de los imprescindibles de abajo, que lleva cuarenta y pico de años de lucha y de los que nunca pide un puesto, un cargo, un acomodo ni un laburo; los que a lo largo de más de 40 años siempre militan. Es a través de él que quiero recordar que no por estar arriba, tu corazón y tu compromiso dejan de estar abajo».

El paso de Mujica por el País Valenciano ha sido una clase magistral de esa otra forma de gobernar. No puedo dejar de acordarme de los miles y miles de militantes de Podemos que conviven con situaciones muy duras por significarse políticamente, que han sacado horas nuevas a los día agotadores y ahora ven un horizonte de esperanza con el nuevo gobierno.

Ha sido la gente que ha creído en este proyecto la que ha levantado nuestras pancartas, nuestros escenarios y nuestras voces como lo hicieran los cañeros del norte de Uruguay a mediados del siglo pasado con la voz de los humildes, los desheredados.

Ha sido la gente que apostó por cambiar las cosas la que ha proporcionado a este país la esperanza de un mundo mejor. La que llevó a las puertas del Consejo de Ministros a Pablo Iglesias como llevó en su día a Tabaré Vázquez a ser el primer presidente del Frente Amplio en el Uruguay.

Ha sido la gente, en definitiva, quien ha levantado a pulso un proyecto para que las instituciones sean también suyas: para que se cuide a nuestras familias cuando caen enfermas, se proteja a nuestros hijos frente a los peligros del camino o se dignifique la vida de quienes comparten la nuestra. Ha sido la gente, siempre, la que ha hecho de España un país mejor.

«Es bueno saber que nadie es más que nadie», recordó Mujica en su primera declaración al pueblo uruguayo en 2010 como Presidente. La grandeza de Mujica consistió en que, mientras el mundo quería ser el encorvado Presidente de la República Oriental, él quería ser ni tanto más, ni tanto menos, que aquel viejo peludo de Artigas.