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Inconformismo

Hace 300.000 años, un neandertal perspicaz y hambriento tuvo la gran idea de ponerle una punta de hierro al palo con el que salía a cazar. Gracias a esa invención pudo matar a un animal de envergadura y, así, no morir de hambre. Ni él, ni los integrantes de su tribu. Imagino las diferentes conexiones que debió realizar hasta llegar a una idea que cambió la evolución humana. Quizá fue un descubrimiento azaroso o puede que fuera el resultado de ver cómo la garra de una bestia penetraba en el cuerpo de otra causándole la muerte. Probablemente sintió el runrún de quien necesita seguir avanzando para mejorar, de quien no está dispuesto a conformarse con su statu quo. Los inconformistas hacen que el mundo camine.

La gimnasta acrobática Desiré Vila perdió una pierna a consecuencia de una negligencia médica. Lejos de abandonar el deporte, comenzó a practicar el atletismo y hoy es una campeona paralímpica. El afán de superación la lanzó a las pistas y, de alguna manera, a una nueva vida. Los valientes no se conforman. Los revolucionarios y genios, tampoco. En agosto de 1963, Martin Luther King le añadió poesía al inconformismo y contrarrestó la dureza de la discriminación, la segregación o la pobreza con loas a la justicia, la libertad, la dignidad o la fraternidad. La filósofa Amalia Valcárcel dijo que Clara Campoamor defendió el derecho al sufragio femenino en España por principios y en la misma línea, Rosa Park, una mujer negra, decidió no ceder su asiento de autobús de Alabama a un blanco. Eran los años 50. No conformarse significa tener el convencimiento de que merecemos más, de que tenemos derecho a disfrutar de una vida en buenas condiciones y con mayores garantías.

El inconformismo y la valentía han provocado avances en los ámbitos sociales, jurídicos o políticos y han mejorado la vida de muchos individuos. Hace años, era impensable imaginar que una persona con discapacidad intelectual tuviera un empleo, pagara sus impuestos o viviera de manera independiente. Hoy, tienen la posibilidad de llevar una vida normalizada. La consecución de derechos de diferentes colectivos son el resultado del trabajo de personas que, simplemente, no aceptaron que las cosas no se podían cambiar. Hay entidades que buscan soluciones para erradicar la indigencia y que se niegan a creer que se puede construir una vida digna debajo de un puente o en la salida de la autopista. Hay profesionales que tratan a los mayores con los que trabajan, algunos de ellos con grandes necesidades, como personas que aún tienen un proyecto vital. Todos estos logros son, en parte, el resultado del inconformismo y de no dar las cosas por supuestas.

Merecemos que nos represente una administración transparente e inconformista. Que no pare de indagar en las necesidades, que se adelante a ellas y que contribuya a proteger los derechos, la dignidad, la mejora de la calidad de vida y la igualdad de oportunidades. Y hoy, ante la maldita pesadilla y el fracaso social de la red de abusos a menores tutelados, más que nunca. Requerimos ser representados por políticos que no cedan a la resignación, a la dificultad de la gestión, a que las cosas siempre se han hecho así o a la falta de exigencia. Esa aptitud marca la diferencia entre hacer las cosas bien o, simplemente, hacerlas mal.

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