Quise escuchar a Pepe Mujica, pero fue imposible: había más gente en la puerta del CCCC que en Las Ventas cuando los Beatles. Así que me senté en el Museu (el bar), frente a una cerveza y me dije.

Si alguien me preguntara «¿estás a favor de la amnistía para los presos políticos?», respondería que sí, y me vería obligado a aclararme, es decir, a pensar sobre la amnistía y sobre los presos políticos, eso sí, tras otra cerveza y un pincho de tortilla. Creo que en la doble función del lenguaje («mostrar» y «enmascarar») la expresión «preso político», en nuestro caso, muestra mucho más que lo que enmascara. La política, hacer política, es una práctica, un hacer, por eso es una disciplina que pertenece a la filosofía práctica y no a la meramente especulativa. Si eso es así, y por así decirlo, entonces los políticos presos por sus prácticas políticas son presos políticos y no sólo políticos presos, que es lo que serían si su delito hubiera consistido en robar dos millones de Satisfyer, como hizo la heroina de Callosa del Segura para ofrecer, como Robin Hood, satisfacción consoladora a sus vecinas: ¡más santa que ladrona!. Argumentar que aquí a nadie se le condena por sus ideas políticas es una evidente tontería. ¿Acaso quienes se negaron en el pasado a realizar el servicio militar, cuando era obligatorio, no fueron presos políticos, por no hacer, al aplicárseles la legalidad vigente, de la misma manera que estos presos nuestros de ahora lo son, por hacer?

Estoy a favor, además, de la amnistía, porque, como diría Wittgenstein o su sobrino, y por así decirlo, no es tanto una solución al problema como una disolución de parte del problema. En contra de quienes exigen mano penitenciaria dura, mucho palo sin zanahoria, estamos obligados a pensar en términos prácticos y, en consecuencia, no se deberían tomar medidas que, ¡te vas a enterar!, sin ser una solución, enquistan y engordan el problema. Además, en la genealogía de las penas, por decirlo así, al fin y al cabo (Nietzsche), la amnistía es la máxima expresión de las sociedades fuertes, que se pueden permitir la magnanimidad de la gracia, no como muestra de una debilidad, sino de su fortaleza.

Pero estamos rodeados de simples en un mundo de complejidades que se bifurcan y que son un obstáculo peligroso para que las democracias encuentren los senderos que nos permitan encontrarle salida al bosque de dificultades en el que nos perdimos. Acaban de reunirse el Presidente de España y el President de Catalunya y los apocalípticos integrados hablan de «humillación», «traición a los españoles», «presidente ilegítimo», «visitante extranjero», «rendir pleitesía» y otras recias simplezas. ¿Qué no dirían si, en un gesto más que razonable, se ofreciera la amnistia? Salía Pepe, cuando pedí la cuenta.