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El lápiz de la luna

Rosalía: malamente

El suceso que me ha movido a escribir este artículo tiene que ver con una de las primeras lecciones que aprendí cuando recién comenzaba a tener capacidad para analizar las cosas: "Lo que haces debe ir de la mano de lo que dices", en palabras de mi abuela, y "Una persona vale lo que vale su palabra", según el criterio de mi padre. Me costó interiorizar este aprendizaje, sobre todo durante los años de la adolescencia en los que una iba tropezando con sus palabras y con sus hechos sin saber bien qué debía preceder a qué. Por suerte la adolescencia no dura para siempre -en la mayoría de los casos- y vamos siendo capaces de discernir entre lo que está bien y lo que está mal. Esto lo escribe una ciudadana de a pie que si mete la pata no se enterarán más que sus amigos y, si la metedura es muy muy gorda, a lo mejor sus doscientos seguidores de Instagram. Y ya. Luego vendrán la culpa y el remordimiento de conciencia que cada uno se lame en la absoluta soledad. Es la suerte del anonimato. El problema viene cuando uno es un referente, especialmente un referente para la juventud. Cuando tienes millones de seguidores que creen fielmente todo lo que dices y, peor aún, intentan imitarte. Ahí está el problema de darle pan a quien no tiene dientes. Sí, hablo de Rosalía, lo habrán intuido por el título del artículo. Esta niña saltó a la fama hace un par de años con su disco El mal querer reivindicando el feminismo, el empoderamiento de la mujer y rechazando, fervientemente, cualquier acto machista. Todo un icono, la muchacha. Y no está mal. O no lo hubiese estado si su discurso y su comportamiento fuesen de la mano. ¡Ay, qué bien le habría venido ser nieta de mi abuela!

El pasado mes de enero la cantante ganó el grammy al mejor álbum. Imagínense qué contenta se puso. Y no es para menos. Algo así debía celebrarse por todo lo alto, ¡claro que sí! Un día es un día y un grammy es un grammy. ¿Que hay que derrochar dinero? Se derrocha. ¿Que hay que desfasar? Se desfasa. ¿Que no predicamos con el ejemplo? Mal asunto. La catalana celebró su premio derrochando dinero, desfasando y, obviamente, con un comportamiento nefasto que, a mayor torpeza, colgó en sus redes. Ella, defensora de los derechos de la mujer; Dua Lipa, referente feminista, y Lizzo, una diva del rap que arrasa con su mensaje de aceptación del cuerpo, acabaron en un club de strippers de Los Ángeles metiéndoles dólares a las bailarinas en el tanga. Un comportamiento muy feminista. Rosalía, muy mal, muy mal, muy mal, malamente. No se puede criticar a Vox en Twiter y luego acabar en un bar donde trabajan mujeres siendo cosificadas. A las que se las obliga a bailar sensualmente exhibiendo su cuerpo como un trozo de carne en una carnicería y lanzarles billetitos como a un perro un hueso. No, Rosalía, muy mal, muy mal, muy mal, malamente.

Lo peor de todo es que esto seguirá sucediendo. Saldrán artistas al estrellato con un gran talento musical -porque Rosalía lo tiene, no lo pongo en duda- que al final convierten en un producto que, además de vender su arte, deben vender lo que la sociedad anhela en ese momento. Talento más mensaje social: éxito asegurado. Las productoras se enriquecen, el pueblo idolatra a un artista y el artista, que antes de cualquier otra cosa es humano, mete la pata y, puff, se cae el mito. ¿Cuándo aprenderemos, eh? Que no se puede vender la perfección porque todos, hasta los de a pie, a veces, tropezamos con nuestras palabras y con nuestras acciones: la suerte de los de a pie es que el daño no es colectivo. Deberíamos empezar a poner de moda el sentido común. El mío, el tuyo, el del panadero y el de Rosalía y sucedáneos. El sentido común, eso sí que es un arte.

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