En estos días de febrero, como todos los años y desde todas las instancias mediáticas, se nos incita a consumir viajes de amor romántico, regalos, cenas, películas y todo tipo de ofertas para celebrar el amor. ¿Pero de qué amor nos están hablando? Basta poner en internet, estos días y cualquier otro, “películas de amor”, y veremos lo que nos presentan; películas para adolescentes y jóvenes llenas de amor romántico, como pastillas de la felicidad; “Crepúsculo” y “50 sombras de Grey” serían solo algunas paradigmáticas. En la mayoría de ellas aparecen varias características de este amor; el amor como omnipotente, la idealización de la persona amada, semejante a un dios del que se espera todo, al que se le pide todo, la media naranja que nos completará y llenará todos nuestros vacíos, necesidades y soledades, salvándonos de todos los males.

Poner a este amor en el lugar de los dioses tiene consecuencias nefastas, pues a los dioses se les debe agradecer y ofrecer todo, tiempo, espacios, comidas y cuidados sin límites, por encima de nuestra dignidad y amor a nosotras mismas. La historia de la pintura y la publicidad nos indican la posición que ocupan ellos, los dioses, y ellas, las mujeres que deben agradarles. En efecto, en un cuadro del siglo XVI, de Bernard Ryckere,El festín de los dioses”, podemos ver a mujeres muy afanadas, sirviendo a los dioses comidas, masajes, cantos y caricias, mientras ellos reciben todo en posiciones relajadas. Si miramos a la publicidad, la moda o las imágenes de cirugías estéticas, dietas y adelgazamientos, y las comparamos con las imágenes reales de lo que hacen, muestran y ocupan su tiempo muchas mujeres, veremos el paralelismo entre la posición que ocupan las mujeres en la pintura, la publicidad y otros medios y las mujeres reales. Es la ley del agrado de la que habla la filósofa Amelia Valcárcel, y en la que somos socializadas todas las mujeres en nuestra sociedad patriarcal, en la que ellos son los principales.

Todos estos mensajes y creencias, por exagerado que nos parezca, están inscritas y arraigadas en nuestro cuerpo, mente y emociones, formando parte de la socialización en el amor romántico, donde la ley del agrado campa a sus anchas. Podemos verlo en lo que dicen las adolescentes y jóvenes cuando se les plantea esta cuestión: ¿Qué harías por amor? Y harían infinidad de cosas, casi sin límites: cambiar de lengua, de religión, de país…etc., cosas de las que no hablan ellos y tal vez no las harían.

Por amor se soportan cosas que nunca debieran soportarse, como dejar amistades, abandonar o posponer trabajos, proyectos y deseos propios, o aguantar descalificaciones y malos tratos, creyéndonos salvadoras de entuertos, como si el amor fuera omnipotente, por encima de nuestra dignidad.

Este imaginario amoroso se construye con mayor énfasis en las narraciones e imágenes fílmicas, miles de imágenes con personajes reales que se mueven, sienten y ponen en práctica todo un mundo de emociones, problemas y maneras de resolverlos o soportarlos, personajes con los que nos identificamos inconscientemente y se van colando en nuestra mente y en nuestro cuerpo, entre los intersticios musculares y neuronales, formando así parte de nuestros guiones emocionales y amorosos o sexuales. Por eso no son inocentes las imágenes que vemos. Por ello, desde la educación obligatoria debiera enseñarse a ver imágenes, videojuegos y películas con sentido crítico y con un análisis de género, aprendiendo a deconstruir el sexismo, la desigualdad y en definitiva el patriarcado que se instala en toda la sociedad, aunque de distinta manera en mujeres y en hombres.

Es urgente, pues, educar en otras maneras de amar en igualdad y libertad. Para ello son necesarias otras narraciones, otras películas y otras imágenes del amor, donde los deseos y proyectos de las mujeres no se supediten a los de los hombres ni a los de otras personas, donde las relaciones no sean de dominio ni de sumisión sino de buentrato e igualdad. Varias directoras, y también algunos directores están realizando ya otras narraciones fílmicas donde muestran los deseos y proyectos de las mujeres de una manera más real y justa. La educación obligatoria puede y debe hacerlo también, a través de proyectos de coeducación en todas las materias y específicamente a través de la Coeducación Afectiva y Sexual como proceso prioritario, con recursos, tiempos y espacios específicos y con una buena formación del profesorado. Existen recursos didácticos extraordinarios. Falta conciencia y voluntad política. Sobran miedos. Ello supondría un gran cambio cultural sin sexismo y por el buentrato a nivel personal, relacional y social. ¿Para cuándo?