Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Picatostes

Padres

Hay mañanas en las que coincido con algunos de mis vecinos cuando se dirigen al colegio con sus hijos. El vecino que lleva a hombros a su hijo como el porteador de un safari, el que marcha como si se tratara de una maratón arrastrando el carrito con su hija a toda velocidad o el que a duras penas puede seguir el paso de sus hijos cabalgando sobre un patinete que circula a toda velocidad por la acera. El que avanza como el jefe de una expedición científica seguido por la troupe familiar o el que todavía guarda el sueño en sus ojos mientras lleva de la mano a su hijo. Yo también me veo del brazo de mi padre aunque la foto se me presenta inevitablemente borrosa, con los colores, el blanco y negro de un tiempo ya pasado. Quizás paseando por el recinto de una feria, sobre un tiovivo que balanceaba mis primeros años infantiles con olor a algodón de azúcar y manzanas caramelizadas, entre bocinas, pitos y otros sonidos caóticos que salían de las atracciones presididas por la arquitectura hegemónica de la gran noria. O juntos en una mañana de domingo dando de comer a las palomas en el parque mientras el fotógrafo callejero recogía con su cámara el momento familiar. O en aquel gran salón jugando al dominó con sus amigos al que yo acudía alguna vez para pedirle dinero, petición a la que siempre accedía, mientras continuaba jugando envuelto en el humo del tabaco y el olor de la máquina italiana de café.

Entre los recuerdos que el tiempo, siempre victorioso y galopante, no ha conseguido borrar guardo el de mi padre leyéndome todas las semanas las aventuras del Cosaco Verde, un personaje salido de la imaginación de Víctor Mora y la editorial Burguera los mismos del Capitán Trueno y el Jabato, aunque de vida editorial más efímera. Era el momento más esperado de la semana, recoger el ejemplar de la tienda y esperar a que a mi padre llegara a casa y me leyera el capítulo correspondiente. En uno de los traslados familiares mi colección de tebeos se quedó por el camino. Muchos años despues pude comprarme en una reedición de Ediciones B un tomo que recogía las aventuras del Cosaco Verde. Sobre mi imaginación se volvieron a cruzar el Cosaco Verde y su inseparable compañero Iván, Karakán, una especie de forzudo mongol, y los dos personajes más queridos para mí, su fiel prometida Sankara y Sing Lin, un regordete chino subido en un yak, que ponía la nota humorística y filosófica a las aventuras del tebeo creado por Víctor Mora. Pienso ahora en la ternura de mi padre narrándome las peripecias de todos aquellos personajes por las estepas rusas o los confines del Asia central mientras mi fantasía volaba sobre los mapas, las montañas, los bosques, los ríos, los palacios y paisajes exóticos que escuchaba de su voz y que se escapaban de aquellas viñetas y del papel ilustrado. Quizás le hacía repetir la lectura que el pacientemente aceptaba. Me gustaría poder volver a escuchar su voz, las inflexiones de su voz contando todas aquellas historias que para mí y mi edad , cuatro o cinco años, suponían mi primer gran horizonte mítico pero sé que solo puedo tener el recuerdo fragmentado, como el de un mosaico al que le faltan algunas piezas. Dicen que lo que nos emociona no se olvida, y en este almacén, caben tanto recuerdos felices como dolorosos. A mi paisaje infantil aunque le han dejado sin off en algunos fragmentos todavía siento que puedo escuchar y ver a mi padre, pacientemente leyendo una y otra vez aquel tebeo del Cosaco Verde y ¡Los Piratas de la media luna!

Un año más han pasado los Oscars. Nunca he seguido la transmisión en directo y me he conformado con los programas especiales posteriores. Celebro los triunfos tanto de Joaquin Phoenix como de Renée Zellweger en los Oscars de interpretación. En el caso de esta última, ponerse en la piel de un personaje como Judy Garland no era tarea fácil y creo que ha salido bastante airosa. También es un triunfo para Renée Zellweger, en una industria como la del cine capaz de enterrarte cuando dejas de ser rentable. Algo de eso le ocurrió a la propia Judy Garland que despues de haber sido una de las estrellas de la Metro, su nombre se fue borrando de las peliculas aunque todavía tuvo tiempo de dejar como gran broche o casi testamento cinematográfico una interpretación como Ha nacido una estrella a las ordenes de un director siempre talismán para el género femenino, George Cukor. Nominada para los Oscars por su interpretación vio como el premio se iba injustamente a Grace Kelly. Judy Garland, como también hiciera Marlene Dietrich, se reinventó una segunda carrera artística sobre los escenarios y los platos televisivos. Su recital en el Carnegie Hall de Nueva York el 23 de abril de 1961 ha quedado como uno de los momentos más electrizantes del espectáculo en esa comunión casi religiosa entre artista y auditorio. Ahora se han cumplido cincuenta años de su desaparición, la muerte le sobrevino en Londres, la ciudad donde el público le había ovacionado en sus noches de triunfo en el Palladium. Y con su muerte, una vez más, comenzó a escribirse la leyenda.

Mañana, volveré a encontrarme con mis vecinos acompañando a sus hijos al colegio, aguardando el autobús escolar, volveré a ser el observador curioso de una secuencia que ya sé que nunca protagonizaré en mi balance de pérdidas. Ah, hoy se inaugura en el IVAM la exposición sobre la Contracultura en la València de los 70, otra vez la vieja y conocida historia - con el permiso de Umberto Eco- de apocalípticos e integrados. Lo que va del ayer al hoy.

Compartir el artículo

stats