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Butaca de patio

Ni afros ni mujeres

La muy oscarizada película surcoreana Parásitos muestra, a través de una trama que camina entre la comedia negra y un terror repugnante, una historia de lucha de clases a todos los niveles. Pobres que se aprovechan de los ricos, gentes poderosas que explotan a los miserables y tipos egoístas y sin escrúpulos, a un lado y a otro de la sociedad, dibujan el panorama de un país modelo de capitalismo feroz como Corea del Sur que todavía padece los efectos de una interminable guerra fría con su vecino del Norte. Indiscutibles resultan los méritos de este filme dirigido por Bong Joon-ho, que se ha convertido en la primera película no hablada en inglés que se alza con esa estatuilla. En cualquier caso, este clamoroso éxito de Parásitos no procede de la casualidad ya que la cinematografía surcoreana ha logrado plasmar desde hace décadas unos relatos de fuerte contenido social tamizados por diversos géneros. En definitiva, los cineastas de Corea del Sur han acertado con unas fórmulas que satisfacen tanto a los especialistas, ahí están los premios en los Oscar, como al público, incluso al estadounidense tan reticente siempre a ver películas con subtítulos. Por todo ello, el triunfo de Parásitos supone una buena noticia para un cine más internacional y abierto en un mundo global.

Pero los recientes Oscar encubren también un exotismo un tanto frívolo que oculta notables carencias del cine norteamericano. No deja de resultar curioso que en la misma edición en que se premia a una subversiva y demoledora película como Parásitos, los académicos de Hollywood den la espalda a producciones dirigidas o interpretadas por afroamericanos o por mujeres. A pesar de la oleada de protestas y reivindicaciones de los últimos años, con la espoleta del movimiento Me Too como estandarte, ninguna mujer pudo colarse en la lista de aspirantes a mejor dirección en los Oscar. Así pues, da la impresión de que esta ofensiva feminista ha quedado reducida a unas élites y que el grueso de la profesión sigue sin interesarse por la igualdad y por la paridad de géneros. Las quejas de algunas realizadoras como Greta Gerwig, directora de Mujercitas, han caído en saco roto. Pero todavía más llamativa que la clamorosa ausencia de afroamericanos en cualquiera de las categorías o que el pertinaz ninguneo de las mujeres es la política del avestruz de Hollywood frente a un presidente autoritario y despótico como Donald Trump. Porque, después de cuatro años de mandato de Trump, el cine USA no ha reflejado todavía con grandes películas esa involución política y social. De hecho, las principales nominadas o bien añoran el cine eterno (Érase una vez en Hollywood) o recrean un conflicto histórico (1917) o juegan a la enésima versión de un clásico (Joker) o regresan al cine de gánsteres (El irlandés). Sin embargo, el ahora y aquí de ese mundo desquiciado e injusto que plantea Parásitos ha estado ausente. Los académicos de Hollywood, paseando por la alfombra roja, han visto más la paja de los conflictos sociales en el ojo surcoreano que la viga en los temibles dominios de un autócrata como Trump.

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