El congreso activó el pasado martes el mecanismo que hará posible una ley de eutanasia que los demandantes del suicidio asistido —tanto enfermos y familiares como quienes estamos sensibilizados por el tema— llevan esperando más de tres decenios. En la sesión parlamentaria, mientras la mayoría de los diputados votaron a favor de una normativa que regule el derecho a una muerte digna, el PP y Vox hicieron piña (además del ridículo) al acusar al Gobierno (y en concreto al PSOE) de querer matar a los mayores para ahorrar gastos a las arcas públicas. El vocero de tal atrocidad fue el popular José Ignacio Echániz, médico para más inri, quien calificó la ley de eutanasia como una «medida de recorte» de los gastos generados por los ciudadanos afectados «porque, cuando una persona fallece o es empujada a la muerte por esa vía, el Estado está ahorrando muchísimo». Más lejos todavía fue la desfachatez de la diputada de Vox Lourdes Méndez, al considerar la eutanasia como un «reconocimiento del derecho a matar», para luego pedir el perdón de dios a quienes la voten (sic). La diputada de extrema derecha recordó que «la gran distinción entre sujetos con vidas dignas e indignas se produjo en la primera Ley de Eutanasia de la Alemania de Hitler». En fin, un cúmulo de barbaridades a las que Joan Baldoví, de Compromís, respondió apelando a «valores tan importantes como la solidaridad, la piedad, la compasión, cosa que parece que no tengan en cuenta estos grandes cristianos que quieren darnos lecciones aquí».

Y es que, el hipócrita y sectario cristianismo de la derecha más alejada del centro (o más próxima a las posiciones ultras) entiende que la vida es propiedad de su dios y no de quien padece una enfermedad incurable que le hace sufrir innecesariamente. Según ellos, sólo ese dios puede dar y quitar la vida. También afirman que nadie está en el derecho de decidir su propia muerte, y a quien lo hace se le amedranta considerando el suicidio como un pecado mortal. Es sabido que la religión siempre ha coaccionado la voluntad de sus fieles, por ejemplo con la amenaza del fuego eterno del infierno como castigo al pecado.

Pero volvamos a la eutanasia. Con la intención de confundir, la derecha niega el carácter voluntario de ciertos derechos inherentes a la libertad del ser humano. Ya sucedió con el aborto, el divorcio y también con el matrimonio homosexual, cuando el conservadurismo más rancio consideraba que las leyes que los regulaban eran imposiciones y no opciones, sin tener en cuenta que a nadie se le obligaba a abortar, a divorciarse o a casarse con una persona de su mismo sexo. Y claro, luego pasa lo que pasa, y las niñas bien que hace décadas iban a Londres a abortar ahora lo hacen por la seguridad social, los meapilas que defendían el matrimonio como divino e indisoluble comenzaron a divorciarse como locos, y para postre la plana mayor del PP acudió a la boda de Javier Maroto donde Mariano Rajoy y su esposa se hicieron una bonita foto con el novio Maroto y su marido (“los tiempos cambian, el partido evoluciona”, esta fue la excusa que argumentaron los populares)

Aun está candente la polémica del pin parental y las declaraciones de Vox (y de muchos populares) considerando que la vida de los hijos es propiedad de los padres. Pues bien, ahora añaden que nuestra vida no es nuestra sino propiedad de la derecha, de su moral o de su dios, que al fin y a la postre viene a ser lo mismo para unos beatos conservadores obscenamente permisivos con un partido político que hace caso omiso del séptimo mandamiento y es considerado como una organización delictiva y criminal.

Ya para concluir, llama mi atención que los defensores de la eutanasia sean, por lo general, respetuosos, reivindicadores de dotaciones presupuestarias para ayudar a los dependientes y a quienes pese a sus minusvalías aspiran a disfrutar de la vida, muy al contrario de quienes se oponen al derecho una muerte digna y suelen mostrarse agresivos, intolerantes y propensos a la injuria y el agravio al defender sus ideas. Considero que todos tenemos derecho a procurarnos una buena vida y una buena muerte. Por mucho que las religiones quieran apropiarse de nuestras libertades, defiendo que la vida no es una obligación. Y del mismo modo, otorgo a la eutanasia la condición de un ejercicio de libertad, tal vez el último y más valiente acto de amor a la vida que nadie pueda ejercer, pero de ningún modo un asesinato o una decisión que vaya en contra del respeto a la vida.