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A vuelapluma

El progreso en duda

La huerta nos define. Eso me gusta pensar. Ese mundo ordenado hecho de líneas geométricamente perfectas, reflejo de siglos de trabajo y sabiduría, contrasta con la incapacidad (al menos, mía) para aprehender el tiempo de hoy. La vida es mucho más compleja de lo que parece. Eso me gusta pensar para justificarme.

Los constructores (y el mundo empresarial en general) se quejaban hace unos días de las trabas y la lentitud para emprender nuevos proyectos, de que grandes iniciativas ya no fructifican como antes y son rechazadas por su impacto.

El campo sale ahora a la calle, inusualmente unido en su indignación, con una fuerza y unas ganas de gritar «basta» que hacen temer sobre el alcance de la protesta. La misma Europa que ha traído cientos de millones de euros en fondos estructurales y ha sido clave para la modernización del país, no ha protegido la producción local y ha facilitado la entrada de frutas y verduras de otros continentes. El dilema es eterno e injusto de raíz: cerrar puertas para lo que nos interesa a unos países que no pueden cerrar las suyas a nuestros productos manufacturados y tecnológicos porque eso significaría prohibir la modernidad. Las soluciones proteccionistas están rodeadas de espinas éticas.

Algunos ven en la revuelta del campo la semilla de los chalecos amarillos franceses o de otras protestas que han ido alzándose por distintos lugares en los últimos meses. Es verdad que detrás de todos esos movimientos no hay una causa única, pero en muchos de ellos resuena un desencanto ciudadano ante un tipo de crecimiento que deja en los márgenes a más gente, mengua las clases medias y amenaza los sistemas clásicos de protección social.

Que todos los partidos valencianos se alineen ahora con los agricultores es la evidencia de que no se sienten causantes de la situación. ¿Contra quién era la protesta de ayer? ¿Europa (y qué es ese concepto: las instituciones de Bruselas)?, ¿el Gobierno de España?, ¿el sistema económico?, ¿la globalización?, ¿la distribución comercial y los villanos intermediarios?, ¿el mundo moderno, porque el consumo de bienes agrícolas también ha bajado? Demasiadas preguntas. Demasiados culpables.

Estamos ante un horizonte borroso, en un momento de discusión de conceptos de progreso: el surgido del crecimiento sin freno y la generación de riqueza, que defiende su validez libre del riesgo de burbujas. Y el hijo del calentamiento global, el que piensa en los efectos en el entorno antes que en los réditos económicos y la creación de puestos de trabajo. Uno ofrece resultados económicos probados, crecimiento seguro y un futuro incierto por insostenible. El segundo plantea resultados económicos inferiores (quizá ni eso), crecimiento incierto y un futuro más seguro.

De momento, lo que aparece es un velo de desasosiego. Y con él, el populismo y sus soluciones tan fáciles como falsas, que encuentran terreno propicio en tiempos confusos. Lo vemos cada día. Y lo nota también la política tradicional. El Consell empieza a sentir el distanciamiento del mundo agrícola y, en general, del empresarial. No se me ocurren otras medicinas que unión, sinceridad y claridad. No garantizan resultados milagrosos, pero permiten dormir con la conciencia tranquila.

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