Piensen, piensen, piensen». La frase no dejó de repetirla el expresidente uruguayo Pepe Mujica en el diálogo público que mantuve con él, días atrás, en el Palau de la Generalitat. Así que pensemos. Pensemos por qué España se halla en esta encrucijada territorial. Y hagámoslo con honestidad y perspectiva. Porque sería reduccionista, o interesado, circunscribir a Cataluña los problemas territoriales de este país. A mi juicio, hay otros cuatro factores que demandan una respuesta valiente y comprometida para hacer viable este proyecto común llamado España.

Más que Madrid. El primero es la necesaria descentralización del poder que acapara Madrid. Un poder que es político, institucional, económico, financiero y mediático. Madrid se ha convertido en un gran aspirador que, alimentado por el «efecto capitalidad» y con el dumping fiscal como manifestación más visible, succiona recursos, población, funcionarios estatales y redes de influencia en detrimento de la equidad. No me cansaré de repetirlo: Alemania ubica la Corte Constitucional y la Corte Suprema Federal en Karlsruhe; la Corte de Finanzas, en Múnich; la Corte de lo Laboral, en Erfurt; la Corte de lo Social, en Kassel; y la Corte Administrativa, en Leipzig, mientras que Berlín queda como capital política y Frankfurt ejerce de capital económica con las sedes del Banco de Alemania, de la principal bolsa del país y del Banco Central Europeo. Por tanto, ¿dónde radica la esencialidad de que todo esté en Madrid? Desde el Estado Mayor de la Defensa hasta la sede central del Instituto Español de Oceanografía, ubicada en Chamartín, a casi 400 kilómetros del mar más cercano. ¿Es eso eficiente? ¿Es justo? ¿Es razonable?

La España interior. Hay otro desafío territorial que está emergiendo con toda su crudeza. Es el de la España interior, la España despoblada, tanto tiempo abandonada y que demanda una acción conjunta de las Administraciones. Necesitamos frenar la hemorragia demográfica, combatir las injusticias que engendra la desertización humana en las gentes que la sufren en el presente, y visibilizar una tierra cargada de valores y de oportunidades. La fractura territorial que ha provocado la despoblación es alarmante y debería centrar la preocupación de quienes se llenan la boca de España hasta atragantarse, pues el 80% de los pueblos de catorce provincias españolas está en riesgo de extinción. Esa herida en el mapa no se cura con banderas ni con himnos. Además, está muy relacionada con las injusticias que sufren agricultores y ganaderos. No podemos ignorar esa realidad. Hay un elefante en la habitación, sí. Nombrémoslo y actuemos ya.

Un país invisibilizado. El tercer reto territorial que demanda una respuesta no se explica con cifras ni porcentajes. En muchos ámbitos, desde el Parlamento al Telediario, falta un mayor reconocimiento emocional de la diversidad y pluralidad de España. Este país, tantas veces pensado y repensado desde el noventayochismo, no se agota en la M-30, la M-40 o la M-50, como no termina en una lengua, ni en una cultura ni en una identidad. Es insostenible, y contraproducente, mirar, sentir y querer a España de una manera uniforme y monolítica. «Me duele España», escribió Unamuno. Hoy, lo que a muchos nos duele es cómo se entiende España y qué lugar se nos reserva en ella si saludamos con un bon dia, bos días o egun on, o si habitamos la periferia.

En los últimos años, muchos falsos patriotas se están queriendo apropiar de España. Y no por amor sincero, sino por el más desleal interés. A veces, uno tiene la sensación de que en aquellos tiempos funestos y manipulados del NODO se hablaba más de tradiciones, manifestaciones culturales y territorios «de provincias» de lo que hoy se hace. El Bierzo, la Alcarria, las Villuercas, la Ribeira Sacra, La Montaña, las Cuencas Mineras, el valle del Bidasoa, la Tierra de Cameros, l'Empordà, el Matarraña, el Maestrat, l'Horta, la Marina, el Campo de Cartagena, los Pedroches, la Serra de Tramuntana o las playas de la Gomera. Diecisiete comunidades, cientos de comarcas, más de ocho mil pueblos y millares de aldeas. Todo ello conforma España, aunque sea una España invisibilizada. Por eso, esta larga y estéril partida de ping-pong entre Madrid y Cataluña debe acabar.

Nueva financiación. Por último, es urgente que el Estado aborde la aprobación de un nuevo sistema de financiación autonómica. Presido la comunidad peor financiada de todas. La Comunitat Valenciana recibe 2.000 millones menos al año que Galicia y 4.000 menos que Cantabria, que tienen una renta per cápita similar a la valenciana. Es inaceptable. Y cuando los valencianos reclaman un cambio en la financiación, lo hacemos por tres motivos. Primero, porque la nuestra no es una reivindicación identitarista: es solo una cuestión de justicia, de igualdad y de respeto. Segundo, porque una financiación justa de las comunidades es la única forma de garantizar un Estado del bienestar fuerte que mejore la vida de la gente y aumente la igualdad de oportunidades. Y tercero, porque un reparto más justo y equitativo de los recursos será la mejor forma de cohesionar España. Sin agravios ni asimetrías entre ciudadanos.

Es la hora de una transición territorial en España que trascienda la cuestión catalana. Cataluña, es evidente, necesita una salida política al callejón al que ha sido arrastrada. No se puede dar la espalda a la mitad de la población de una comunidad, sea como sea esta mitad. Basta de prejuicios. Empecemos a dialogar. Busquemos, de verdad, el pacto. Porque la solución, al desafío catalán y a los otros retos territoriales de esta nueva transición, pasa por una misma actitud: abramos los ojos, miremos cómo es este país, y adaptémonos a esa realidad múltiple, diversa y plural. Como diría Pepe Mujica, pensemos. Y actuemos.