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Davos y Barcelona, el fin del meeting-espectáculo

Con el inicio del año el mundo capitalista y tecnológico se expresa con dos grandes reuniones que acaparan la atención de los medios de todo el mundo, como si compitieran con los Oscars. Por orden temporal, en Enero, el Foro Económico Mundial (unas mil empresas globales cada una con más de cinco mil millones de dólares de facturación) se reúne en Davos con cincuenta años de historia. La segunda, en Febrero, la organiza GSMA (750 operadores con casi 400 empresas del ecosistema móvil, incluidos fabricantes de dispositivos, empresas de software, proveedores de equipos y empresas de Internet, así como organizaciones de sectores industriales adyacentes) responsable del MWC de Barcelona con doce años de recorrido. Ambos se habían convertido en unos oráculos que bajo los focos más o menos interesados de todos los medios mundiales, pontificaban con escasa humildad sobre el futuro económico y tecnológico que nos esperaba.

En la estación de esquí suiza se reunía la élite empresarial y política, mientras que en la capital catalana lo venía haciendo la crème de la Digitalización. Sin embargo, en este 2020, todo parece roto, y lo hace en forma de una especie de fake news globales. Davos ha sido toda una incoherencia intelectual, a cargo de un conjunto de ricos que se desplazaban a bordo de reactores privados, emisores de CO2, para lamentar conjuntamente la crisis climática, como si ésta hubiera surgido de forma tan repentina como COVID-19. En palabras de un asistente: «Años reclamando atención sobre estos temas, pidiendo medidas a los Gobiernos y hoy todo el mundo está en lo mismo». «En Davos se lanzan compromisos sin explicar cómo alcanzarlos, sin que se consiga ver cómo se van a lograr determinadas metas de reducción de emisiones».

Quienes a lo largo de estos años hemos tratado de saber lo que se destilaba en Davos debemos reconocer nuestra pérdida de tiempo, victimas indirectas del síndrome suizo de aparentar decir la verdad, para no hacer nada. El colmo de una reunión de capitalistas con formas de gurús es enunciar: «El capitalismo, tal como lo conocíamos, ha muerto», incluso más: «La obsesión que tenemos de maximizar benéficos para los accionistas ha conducido a desigualdades increíbles y a una urgencia planetaria». Repentinamente, los representantes del sistema capitalista, son más marxistas que Marx, además de fervorosos seguidores de Greta Thumberg. La pérdida de autoridad moral de muchos peones del sistema capitalista es alarmante y quizás deban viajar menos y cuidar su rigor intelectual para no engañar a quien suspira por un futuro honrado.

Vayamos con Barcelona y la inaceptable excusa santaria utilizada por operadoras y multinacionales del sector. El virus pasaba casualmente por este Febrero de 2020 y las empresas del GSMA han decidido dar una patada a su propia situación tecnológica y política propinándola en el trasero de los españoles. En toda ruptura, coinciden en el tiempo una serie de concausas, puede que el COVID-19 y sus riesgos sea una de ellas, que otra tenga que ver con la guerra comercial y de desconfianzas respecto al potencial tecnológico chino, pero la más importante tiene que ver, como ha ocurrido con toda revolución tecnológica, con que la evolución del móvil, ha llegado a su límite, cuando el entorno que rodea al 5G no está resuelto desde el punto de vista geopolítico.

El castillo de fuegos artificiales de la Fira de Barcelona del que hemos disfrutado estos últimos años se agota. Vivimos en un mundo con 5.300 millones de personas mayores de 14 años, donde 4 mil millones ya tienen un teléfono inteligente y todavía no hemos analizado las consecuenciaso. Ahora, cuando todos estamos conectados nos preguntamos cuál es el próximo gran avance de la Digitalización. La respuesta hay que buscarla en asumir que conectar a todos, significa inevitablemente conectar entre si todos los problemas.

La tecnología ya ha desarrollado útiles que superan la inmensa mayoría de necesidades y demandas digitales que tiene el ciudadano y la empresa. Dejando el 5G y sus aplicaciones, la gran novedad de Barcelona, iba a ser ver cómo funcionan y cuánto cuestan los móviles flexibles, una novedad interesante, pero poco trascendente. Nadie prevé incrementar el número de móviles a fabricar.

La tecnologías digitales han mostrado tres fases, en su dinámica referida a grandes resultados: la inicial, próxima a la incredulidad; la impresionante y excitante de grandes resultados, con integración en la vida económica y social; y finalmente la de estabilización y reposo, un tanto aburrida, hasta que aparecía una nueva ola de desarrollo; así ocurrió con los ordenadores que iniciaron el paso de lo analógico a lo digital, luego siguió la etapa del PC; a continuación Internet que empalmo con la ola de las tecnologías móviles, cuya fase de reposo explica el desagradable episodio barcelonés.

Sin ánimo de profetizar, parece claro que el próximo ciclo tecnológico de la Digitalización tendrá que ver con la regulación, que necesitamos como consecuencia que esta tecnología ha pasado a formar parte del mundo y por tanto debe ser regulada como tal parte del mundo que es. Nadie se imagina que los bancos, las empresas energéticas, la construcción o el transporte pudieran sobrevivir sin unas herramientas regulatorias, que en el caso digital van a tener que ser de tecnología punta: criptografía, bajo consumo energético, confiabilidad etc. La tecnología ya se está convirtiendo en una industria regulada, pero realmente no sabemos qué significará eso, ni la capacidad para asimilarla.

Tras el vacío intelectual detectado en Davos y el gatillazo de Barcelona, los grandes grupos tecnológicos, como Google, Facebook, Apple o Amazon, siguen ganándose a pulso el descrédito entre los ciudadanos, debido a estrategias tributarias evasivas y dañinas para las cuentas públicas de muchos países. Los resultados de estas reuniones de las élites deben marcar el comienzo de políticas fiscales coordinadas para exigir los tributos debidos, a quienes los evaden sistemáticamente y que son una condición necesaria, aunque desgraciadamente no suficiente, para encarar la crisis climática.

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