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Picatostes

Sea, sex and sun

Me reconozco una irreductible adicción por la obra musical del compositor y cantante francés Serge Gainsbourg. Por el personaje también. Sumergirse en ella te conduce a una de las creaciones más sugestivas, letras y melodías, que se han fraguado en la segunda mitad del siglo XX. En otro extremo estilístico, por el mismo volumen, originalidad y fuerza-o densidad- la podríamos equiparar a la de un Bob Dylan, otro músico que ha colaborado en transformar los lenguajes musicales de la música popular. Gainsbourg, judío como Dylan, aunque no tuvo su premio Nobel, recibió otros conocimientos, sobretodo el éxito popular tanto en sus composiciones propias como para otros artistas; sus dúos junto a Jane Birkin, musa y compañera, sellaría uno de los mayores escándalos de la música del siglo XX, la composición Je t’aime moi non plus, que puso en estado de alerta las censuras de todo el mundo. La voluminosa obra musical de Serge Gainsbourg incluye la bulliciosa composición Sea, sex and sun, mar, sexo y sol, que da título a este texto. Las “tres eses” o la santísima trinidad que mueve los cuerpos y deseos en la estación del sol y la playa. Nosotros tenemos nuestra particular versión, en este caso, “sol, sexo y sangría”, como eslogan y reclamo turístico no oficial de nuestra capital por excelencia en cuestiones de ocio y relax, la ciudad de Benidorm, el pueblo marinero que por obra y gracia del alcalde franquista Pedro Zaragoza Orts acabó convirtiéndose en uno de los buques insignia del boom turístico español de los años sesenta.

La figura de este alcalde valenciano del Franquismo ha merecido una extensa documentación, la más apetitosa sin duda en boca del propio Zaragoza contando sus vicisitudes o batallas en aquella España de finales de los años cincuenta que acogió el turismo extranjero como el nuevo maná. Y el bikini como nuevo uniforme. Estos días su figura vuelve a ser actualidad con motivo de la exposición que bajo el titulo “De vacaciones en el jardín de las Hespérides. Imaginarios turísticos de la costa valenciana durante el franquismo” se puede ver en la sala de la biblioteca del IVAM. Si hace unos días, en el mismo centro, asistíamos a la bendición de la contracultura valenciana de los setenta y como esta soliviantó algunos de los mitos o iconos valencianos, la nueva exposición reflexiona-entre otros asuntos- sobre la promoción de estos mitos folklóricos y gastronómicos, de la barraca a la paella, de la fallera a la naranja, como iconos atractivos para los nuevos invasores turísticos. Y en esa seguimos.

El boom turístico, como muestran los documentos de la exposición de la sala de la biblioteca del IVAM, produjo en el territorio valenciano- y en otras partes- un fuerte impacto; la llamada “arquitectura del sol” acabó levantando un gran muro de cemento en la linea de la costa, de cuyos efectos seguimos pagando intereses de toda clase. En esta arquitectura sin orden ni medida ni vergüenza hubo algunas excepciones, pocas, pero notables. Una de ellas fue la Colonia Ducal de la playa de Gandia. Han pasado más de sesenta años de su construcción por parte de Juan José Estellés en colaboración con Pablo Soler y Francisco García, permaneciendo como una de las obras más emblemáticas construidas en la costa valenciana, modelo de aquella arquitectura realizada con “cara y ojos” pero que desgraciadamente no acabó siendo el ejemplo a seguir para los promotores urbanísticos que se aprovecharon de todos los agujeros que presentaba la ordenación urbanística. Solo unos pocos años despues, en 1965, al norte, en la llamada “Costa de Azahar”, en Benicàssim, el estudio de arquitectura barcelonés Martorell-Bohigas-MacKay levantaba el complejo residencia Santa Águeda, un modelo arquitectónico que se presentaba como alternativa a las construcciones que se estaban erigiendo masivamente en todo el litoral. Otro tipo de “arquitectura de sol y playa” era posible como ponía de relieve el terceto de arquitectos barceloneses. Al igual que en otras ocasiones el factor humano fue determinante para su realización. Como representante de la propiedad se encontraba una figura como el crítico e historiador Tomás Llorens que hizo posible su culminación.

Quizás de todos- y contados- ejemplos de esta arquitectura de sol que ha sobrevivido con dignidad y excelencia el paso del tiempo, el más llamativo sea el de la urbanización La Manzanera en Calp, un proyecto arquitectónico que surgía del taller de un joven arquitecto visionario llamado Ricardo Bofill, en aquel momento uno de los rostros más atractivos de aquella Barcelona que emulaba el Swinging London, entre Tuset Street y la Cova de Drac. El proyecto arquitectónico, como el mismo Bofill ha reconocido, quizás en otro momento hubiera sido irrealizable. Entre los años sesenta y setenta el Taller de Arquitectura, el estudio dirigido por Ricardo Bofill, lleva a cabo en la costa alicantina, cerca del Peñón de Ifach, una serie de construcciones de diferentes tipologías, Plexus, Xanadú, La Muralla Roja, que más de cincuenta años despues sigue conservando esa mezcla de fantasía, sueño y osadía, propia de una época en que las utopías parecían estar a la vuelta de la esquina. Pero ya se sabe que las utopías de ayer acaban transformándose en escenografías para Instagram. O selfies para degustar en una mañana de verano.

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