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Estereotipos de España -y de los españoles/as

Al igual que la pérdida de las colonias, de Cuba en especial, provocó la humillada depresión del reino de España, y tuvo como caldo de cultivo intelectual una nueva forma de pensar tanto la política como la nación misma a través de la Generación del 98, tal parece que la crisis desatada por el independentismo catalán ha dado pie, también, a la profusión del subgénero histórico sobre el devenir del país. Historiadores, o no, sociólogos y economistas, politólogos, periodistas€ todos se apuntan a esta corriente, con sus idas y venidas, tesis y refutaciones€ con grandes éxitos de ventas.

Dicho subgénero cuenta con una particularidad: busca encontrar las raíces del odio a España, la génesis de esa leyenda negra que los españoles son incapaces de comprender que persista a día de hoy. No se entiende esa imagen actual de Estado violento y antidemocrático que el catalanismo más ensimismado y maniqueo intenta vender en el exterior, como si todos los españoles fueran ultras radicales del Real o del Atlético de Madrid.

A dicha tarea genealógica se ha empeñado durante los últimos veinte años José Varela Ortega, nieto de Ortega y Gasset -España invertebrada-, e hijo de la historiadora Soledad Ortega Spottorno. Él mismo es historiador de profesión, lo es riguroso y de corte académico, escasamente especulativo. Y acaba de publicar su trabajo, bajo el impropio pero comercial título de España. Un relato de grandeza y odio, en edición más que incómoda, y fea, para un volumen que supera las mil páginas. No espere el lector un libro sesgado por ideología política alguna. La obra es seria, bajo el eco de las aportaciones de Álvarez Junco, Santos Juliá y otros de los excelentes historiadores que ha dado el país más reciente. De hecho, Varela Ortega es discípulo de Raymond Carr, el gran hispanista de la Universidad de Oxford que publicó en su día una de las mejores aproximaciones a la guerra civil española. Y tal vez por eso, para no caer en el riesgo del anacronismo tan frecuente en los contemporaneístas, como él mismo señala, Varela Ortega ciñe su análisis al propio periodo de construcción de la nación moderna, desde los Reyes Católicos a nuestros días.

De lo que trata la obra no es de hechos supuestamente verídicos, que cualquier historiador actual en sus cabales ya sabe que siempre se tamizan por su construcción narrativa, sino precisamente de cómo se ha ido entendiendo la idea de España y el carácter de los españoles desde el siglo XV, cómo lo fueron viendo los demás y los propios patrios. Es decir, cómo y cuándo han ido creándose los estereotipos que definen al español, esa forma gruesa de comprender al otro que, por más que nos parezca generalizadora, injusta y banal suele ser la más común de las aproximaciones que utilizamos para entender a los demás. Esos estereotipos tan absurdos que convierten a los catalanes en tacaños, a los madrileños en chuletas o a los andaluces en gandules€Tras una consulta bibliográfica apabullante, que incluye libros, revistas y artículos de prensa, así como registros musicales y un amplio conocimiento de la historia del cine, lo significativo del profuso estudio de Varela Ortega es que el estereotipo de lo español ha sido oscilante, tan enaltecedor como crítico y las más de las veces contradictorio, de tal suerte que los españoles han pasado de ser valorados por su fuerza y coraje, incluso por el refinamiento de sus dirigentes, artistas y militares, a repudiados por su provincianismo, haraganería e indolencia.

Un país que a poco de consumarse la unión dinástica lleva a cabo la toma de Granada, convertida en el gran acontecimiento épico en su momento, poco menos que la última aventura cruzada de Occidente y que, sin embargo, fue militarmente una campaña sencilla y sin heroicidades, entre otras razones porque el reino nazarí llevaba ya mucho tiempo como feudatario de Castilla y carecía de capacidad de resistencia. Y en parecidos términos cabe explicar la llamada «batalla del Atlántico», la confrontación de españoles y portugueses frente a la piratería con patente de corso de Inglaterra, Holanda y Francia, cuyos episodios dan pie a una literatura y cinematografía propia, de La isla del tesoro a las películas de bucaneros. Los españoles evolucionan a juicio de los demás, británicos y franceses en buena parte de los casos, de envidiados capitanes imperiales a empobrecidos toreros, de austeros y a la par elegantes cortesanos a peligrosos bandoleros, de valientes a perezosos, de inquisidores a románticos. Varela Ortega, en cualquier caso, nos recuerda que intransigencia religiosa hubo por doquier, que a veces no fue tan cruenta como la leyenda negra anticatólica sugirió -y que Carlo Ginzburg tan bien relata para el caso italiano en El queso y los gusanos-€ o que el supuesto romanticismo español fue hijo de la desastrosa guerra de independencia, tal vez la responsable de la rémora modernizadora que atraviesa todo el siglo XIX y buena parte del XX en nuestro país.

Romanticismo que tiene en la figura de Carmen la cigarrera a su estrella más rutilante y estereotipada. Porque las españolas también han registrado visiones antagónicas: llegan a ser descritas como desenfadadas y atrevidas por lord Byron y tienen en el mito de Carmen, con más de ciento cincuenta películas producidas versionando el tema, su máxima expresión amoral, pero a la que se oponen con extrema candidez las vírgenes de Murillo, cuyo éxito entre los anticuarios europeos provocó toda una moda de inmaculadas en su época. Una dualidad femenina, dice Varela, digna de West Side Story, en donde se contraponen las figuras latinas de María (virginal Natalie Wood) y Anita (excitante Rita Moreno). Libro sanador para cualquier tipo de nacionalista -de España o de Cataluña, de izquierdas o de derechas, da igual- que entresaca citas y comentarios realmente reveladores, como el que le refiere el antropólogo Julio Caro Baroja a Stanley Payne: «la mitad de las tonterías que se han dicho sobre España y el alma española las han dicho los extranjeros, y la otra mitad los españoles».

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