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Jorge Dezcallar

El abrazo del oso

Ser abrazado por un oso no es aconsejable. La desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas no sólo fue un acontecimiento político, estratégico o económico, sino también un terremoto mental. Putin ha dicho que fue la "mayor catástrofe" de Rusia porque él, como muchos rusos, no comprenden todavía hoy que Ucrania o Bielorrusia, históricamente ligadas a Rusia desde la Edad Media, sean países independientes cuando nunca antes lo fueron. Y aún aceptan menos que flirteen con Occidente como demuestra que la crisis con Ucrania estallara en 2014 cuando Yanukovych se aprestaba a firmar un acuerdo comercial con la UE y las presiones del Kremlin le forzaran a dar marcha atrás. Las subsiguientes protestas populares provocaron su caída y a ésta siguió la intervención de Rusia en Donbas y la anexión de Crimea. Moscú, que había aceptado la independencia de Ucrania a regañadientes, no podía consentir que además saliera de su esfera de influencia y permitiera una mayor aproximación de las fuerzas de la OTAN a sus propias fronteras... aunque eso le costara sanciones de la comunidad internacional.

La situación puede repetirse ahora con Bielorrusia, una parte del Imperio zarista que sólo tuvo una efímera independencia como República Popular en 1918 y 1919 bajo protección de Alemania, y que luego se integró en la URSS. Únicamente era conocida internacionalmente porque Moscú le consiguió un asiento en las Naciones Unidas durante la Guerra Fría. Llegó a la independencia en 1991 al implosionar la URSS de Gorbachov y ha cambiado muy poco porque desde entonces Bielorrusia ha estado regida por una clase política de cultura rusa y de formación comunista cuyo exponente principal es el actual presidente Aleksandr Lukashenko, en el poder desde 1994 con elecciones que siempre le dan más del 70% de los votos y que son sistemáticamente puestas en tela de juicio por observadores internacionales. Conocido como "el último dictador de Europa" al

principio cedió a las presiones de Moscú para firmar en 1999 el ambicioso Tratado de la Unión con Rusia que se proponía armonizar el comercio, los impuestos, la banca etc. con vistas a una potencial futura unión entre ambos países, y esta línea se reforzó tres años más tarde con la entrada de Bielorrusia en la Comunidad Económica Euroasiática y en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, que es la respuesta rusa a la expansión de la OTAN. Putin ha dicho alguna vez que los rusos y los bielorrusos son "un pueblo" pues comparten la historia, el idioma ruso y la religión ortodoxa, y en ese sentido están más próximos de Rusia que los ucranianos, que la mitad son católicos y hablan su propia lengua. Bielorrusia es importante para Moscú porque le da población (10 millones de habitantes con un PIB per cápita de 5.345 euros en 2019), agricultura, profundidad estratégica, bases militares, y porque le sirve como tapón frente al cerco de la OTAN.

La dependencia bielorrusa de Rusia, su primer socio comercial, es muy grande pues le envía el 90% de sus exportaciones y de ella recibe gas y petróleo a precios subvencionados, parte de los cuales Minsk vende luego en Occidente a precio de mercado con la ganancia correspondiente. Todo parece indicar que lo que Putin pretende no es solo la progresiva integración entre ambos países sino su unificación futura, quizás incluso como forma de eludir la prohibición de presentarse a las próximas elecciones pues se trataría de un país diferente, pero esto último pueden ser rumores malintencionados. Lukashenko ha tratado de contrarrestar esta presión con algunas muestras de rebeldía

como aceptar una tímida apertura hacia la UE y participar en nuestra Política de Vecindad, permitir ciertas manifestaciones en apoyo de la lengua bielorrusa en un país donde los Derechos Humanos son constantemente violados y las protestas son reprimidas sin miramientos y, lo más grave para Moscú, se ha negado a reconocer la anexión de Crimea. Son gestos que no han gustado a Moscú.

Putin y Lukashenko se han reunido el pasado diciembre en Sochi y las cosas no debieron ir bien. El ruso exigió unamayor integración a cambio de gas, petróleo y otros beneficios económicos y el bielorruso no respondió con el debido entusiasmo. Como consecuencia Rusia detuvo temporalmente las entregas de gas y petróleo y ahora ha amenazado con finalizar sus ventas subvencionadas si Lukashenko no cambia de actitud. El secretario de Estado norteamericano se ha apresurado a ir a Minsk pare decir que EEUU "quiere ayudar a Bielorrusia a seguir siendo un estado independiente" y que está dispuesto a venderles el gas y el petróleo que necesiten. Pero es una oferta

vacía porque los precios nunca podrían ser ni remotamente parecidos.

Según una encuesta reciente los bielorrusos, sobre todo los jóvenes para los que la URSS es historia lejana, se sienten orgullosos de su independencia y de su lengua y prefieren una buena relación con su gran vecino antes que diluirse en su seno.

Pero sin suministros energéticos subvencionados, Lukashenko perderá el apoyo de una población que hasta ahora ha renunciado a libertades (que por otra parte nunca antes habían conocido) a cambio de beneficios económicos. La trampa de Putin puede así ser la vinculación de la supervivencia política de Lukashenko a una mayor integración de su país en Rusia. El presidente bielorruso tiene tres alternativas: aceptar; negarse y renunciar al actual nivel de vida mientras busca apoyos en Occidente (con una posible respuesta rusa "a la ucraniana"); o iniciar un regateo en busca de un compromiso con Moscú que es la opción que parece más probable...y que le seguirá deslizando hacia el abrazo del oso.

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