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A vuelapluma

Alfons Garcia

La nación de naciones del PP

Me pasa con frecuencia. Salgo del trabajo comprobando mensajes del móvil, últimas notificaciones de las redes sociales (no vaya a ser que), esa llamada que ha quedado pendiente de contestar y, cuando me doy cuenta, estoy a medio kilómetro de donde tenía el coche aparcado, porque algo en mí me ha llevado por su propia cuenta hacia el lugar donde lo dejo con más comodidad pero donde ese día no encontré hueco. A Isabel Bonig creo que le ha pasado lo mismo, que salió buscando al PP que conoce bien, que no se junta así como así con proyectos jóvenes, y se encontró con que se había despistado y los nuevos líderes habían arrancado ya España Suma. Bueno, sobre todo habían arrancado España, tal como ellos la entienden, marcadamente centralista. Si suma, habrá que verlo en las urnas.

Pase lo que pase, el último giro del PP está demostrando la realidad de la España periférica, de un país poco uniforme y con sensibilidades territoriales diferentes. Pablo Casado aceptó el envite de Inés Arrimadas y dijo adelante a alianzas en Cataluña, País Vasco y Galicia. El movimiento ha salido de diferente manera en cada lugar, lo que viene a ser una demostración práctica del grado de profundidad de la España de las regiones, naciones, comunidades o cómo quieran llamarlo. En Cataluña están en inferioridad con Ciudadanos, así que quien tiene allí el lío y el mango de la sartén es la parte contratante naranja. En Galicia han desistido, porque el líder local, el más poderoso barón popular, sempiterno enemigo potencial de Casado, dijo desde el principio que por ahí no pasaba. Y en Euskadi ha terminado en crisis, con el líder vasco, Alfonso Alonso, viejo rival de los dirigentes actuales (y en especial de Cayetana Álvarez de Toledo), alejado de la dirección del partido, y con un veterano Iturgáiz devuelto al trono para mostrar un perfil más duro con el nacionalismo.

La propia pelea de Génova contra la realidad asimétrica periférica demuestra la existencia de esta. Al menos, de momento. Y no parece que sea tan fácil de desactivar. Casado y Álvarez de Toledo han dado un paso adelante para alejarse de todo lo que huela a sensibilidad regional. Su mensaje es claro: no hay más nacionalismo que el español. Pero las estructuras son las que son y 40 años de desarrollo autonómico del partido tienen un peso que habrá que ver si una dirección (pasajera, como todas) es capaz de diluir.

¿Cómo queda el PP valenciano en ese paisaje? Mostrando su debilidad. O la de su dirección. Adaptando el discurso a la vista de las circunstancias para intentar no soliviantar a Génova. Pensando que así les darán el plácet para continuar mandando (o pareciéndolo) en esta pequeña parcela. Lo dice el narrador de González Pons en su novela: «Los valencianos somos conformistas, ese es nuestro problema, somos blandos. Maleables, más muelles». Si él lo dice. Conoce al PP y a los valencianos. Si no es un tópico, es nuestro sino.

Fuset. El concejal de València se aparta. Hace lo que debería haber hecho hace unas semanas. No ha metido la mano en la caja, lo suyo no es comparable a casos Erial, Gürtel, Taula y demás, pero coherencia obliga. Las líneas rojas no pueden ser solo para los otros. Aguantar en Fallas era un riesgo político demasiado alto para el gobierno municipal, aunque Fuset haya sostenido parte importante de esa gestión. Se aleja tocado, experimentando que en la política los triunfos son compartidos y los abandonos, personales. Consciente de que no hay salidas a medias.

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