Nos tenemos que acostumbrar a que vivimos en un mundo global, en el que no existen fronteras, la información se hace viral en segundos, y como estamos viendo, las enfermedades alcanzan también ese apelativo. Así, como aseguró esta semana el director general de la Organización Mundial de la Salud, el doctor Tedros Adhanom, el aumento repentino de nuevos casos de coronavirus es ciertamente preocupante y tiene el potencial para convertirse en una pandemia. Eso es indiscutible, y ninguno podemos predecir sus consecuencias, pero como digo en el título, hay que mantener la calma y seguir las recomendaciones de los especialistas y autoridades.

Aquellos que tienen datos contrastables nos siguen insistiendo en que estamos ante una emergencia de salud pública de preocupación internacional, la de mayor nivel, pero que el Covid-19 no se está manifestando como una enfermedad de muerte a gran escala. Esto no es minimizar lo alarmante de la situación, sino contextualizarla y no participar de la histeria con la que algunos están actuando.

En todo este terremoto de la información que recibimos, lo que más hemos podido agradecer han sido las palabras de cordura lanzadas por el periodista deportivo valenciano o el joven de Burriana, que sabiendo que por delante les esperan 14 o 15 días de aislamiento, aseguraban a sus familiares, y con ellos al resto de los ciudadanos, que «es como una gripe normal» y que se lo tratan «con paracetamol y punto».

Son esos casos los que verdaderamente tenemos que valorar, no así la información que hasta el momento nos suministraba China, la cual debe ponerse en cuarentena. Por ello, me sorprenden las palabras del responsable de la misión de la OMS que el pasado fin de semana visitó esa zona, el canadiense Bruce Aylward, cuando afirmó que si tuviera la enfermedad le gustaría ser tratado en China, algo con lo que disiento. A mí me gustaría ser tratado en un país donde se cuente con un personal médico y sanitario con un alto grado de profesionalidad; donde no se me criminalice por estar enfermo; donde no se me introduzca en una ambulancia a empujones; donde no se tapie la puerta de mi casa para impedirme salir; o donde no haya una persona tirada en el suelo y el resto sea capaz de pasar a su lado sin detenerse. A mí me gustaría ser tratado en un país con valores democráticos y en el que a la gente se le atienda con respeto y humanidad, como es España, con todas las deficiencias e imperfecciones que podamos tener. Seamos positivos, que para lo otro, ya tendremos tiempo.