El vicepresidente de Derechos Sociales es vivo exponente de esta categoría socio-deportiva. En su caso, el hambre de gol le está sirviendo para ensanchar el contenido originario de sus funciones y fortalecer su propia presencia en un gobierno con casi dos docenas de ministros. Incardinado en la coalición progresista, es un jugador troncal cuya perspicacia le facilita el despliegue para el contraataque y la eficacia en el contacto lo que le convierte en un notable recuperador. Su lectura del juego sin balón -como profesor de ciencias políticas que fue- le facilita un sentido posicional para el corte y el pase. Rompe líneas, sabe adueñarse del espacio y su versatilidad le permite adaptarse a distintos escenarios. Un ariete, en fin, fervoroso, voraz y con carácter ganador que contagia al propio equipo y a sus seguidores y -de paso- descorazona al rival.

Provocar emociones -insomnio y desazón- en quien tenía la llave le costó desclavar su admisión en el esquema progresista. Pero el abrazo urgente, que camuflaba un decepcionante resultado electoral de ambos, selló una alianza impensable pocos días antes.

Con anterioridad a esa molienda, sus resultados electorales habían sido malos (con una pérdida de siete escaños), camaradas del tiempo de la Puerta del Sol quedaron en el camino y algunos indicios podían dar a entender que preparaba su propia sucesión.

Dotado de un talento indudable para la política, va articulando su presencia gubernativa, más allá de lo decorativo, gracias a un mayor y variado repertorio de funciones, y ya tiene asiento en la mesa de diálogo entre el gobierno de Madrid y la Generalitat de Cataluña, aunque unas súbitas anginas le dejaron en el banquillo en el partido inaugural.

Su presencia en la «mesa catalana» parece más posición de ventaja táctica que empeño del invitado, aunque prime lo de siempre, socializar el desgaste para no correr con todo el gasto. Quien conoce el credo del «goleador carpanta» sabe que está a favor de la consulta, de la salida de la cárcel de los condenados en el juicio del procés (a los que considera «presos políticos») y de la desjudicialización del «conflicto». Contar con alguien capaz de combatir maximalismos que emanen del otro lado de la mesa son credenciales útiles para servir de stopper en un concilio mensual y peregrino.

Su irrupción en la «crisis del campo», sin que nadie le diese vela en ese entierro, no formaba parte de sus cometidos y se saldó con un chasco. Se puso el traje de las reivindicaciones, olvidando su verdadero papel, consistente en que allí no pintaba nada. De modo que no se sacudió la ansiedad, propia del activista que lleva dentro y, en un ejercicio insólito, conminó a agricultores y ganaderos con un intrépido y demagógico sortilegio, a «apretar» al Gobierno, cuando los agricultores le pedían soluciones como gobernante. La política modesta no va con él y, en esta ocasión, le salió el tiro por la culata.

La apuesta del patrón por empotrarlo en la inteligencia del Estado, con acceso a los secretos, como miembro de la Comisión Delegada para Asuntos de Inteligencia que se ocupa de controlar al CNI, extiende la huella de su poder más allá de las competencias sociales.

Aunque la decisión carece de precedentes y es faceta para la que no está armado, su agudo instinto le ayudará a sacar provecho de la oportunidad brindada. El presidente necesita un ejecutor imaginativo, con descaro para mancharse el mandil. Los más indulgentes lo interpretan como el efecto de un aprecio gradual y creciente entre ambos, mientras los menos cándidos prefieren inclinarse a pensar que trata de vigilarlo de cerca. En todo caso, no le ha salido barato.

Descontadas las virtudes tácticas de cada cual, sería arriesgado anticipar que el pez pequeño se acabe comiendo al grande. Y no sería por falta de audacia sino por cálculo de probabilidades.

Quedaría pendiente de preguntar por qué a esa vicepresidencia no se le han añadido «las obligaciones» junto a «los derechos». Pero más urgente aun sería averiguar qué hay detrás de estos aparentes embarques que aparentan sintonía, aunque tampoco haya que descartar otras intenciones que no se han hecho explícitas.

El vice omnímodo, con el cambio de ancho de vías que le convierte en rico aunque se disfrace de pobre, comparte aprensión y ambición con su jefe, no es un infante en la pericia de la insolencia y le está rugiendo el estómago como a carpanta.