Líderes. Hablamos de líderes en todos los contextos, para todas las edades y en todos los ámbitos. Algo tienen que se hacen presentes ya desde los propios colegios. Son un fenómeno al que, sin embargo, no se le presta la atención debida más allá de esa etiqueta.

Ante la pregunta: "¿el líder nace o se hace?", siempre contesto que los líderes se hacen, pero esto no implica que haya ciertas características innatas que favorecen su ejercicio. Es cierto que hay cualidades que, a priori, son un mejor punto de salida, pero ¿qué pasa si no se entrenan?

Lo que pasa es que se convierten en líderes desaprovechados, al igual que otros que podrían desarrollar ciertas características propias del liderazgo no lo logran por falta de estímulos adecuados. Al final, se convierten en uno más y sin darse cuenta renuncian a ese liderazgo. Conocemos muchos casos así, por poner algún ejemplo, ese deportista de élite con ese "je ne sais quoi" que le encumbra, pero que se echa a perder, por ejemplo, por tener sobrepeso o preferir las fiestas; ese niño que es al que todos apuntan como líder de la clase, pero que, de mayor, no llega a liderar más que alguna reunión de amigos periódica.

El motivo es tan lógico como aplastante: no se forma en liderazgo en edades tempranas y, cuando se accede a esa formación en edades más avanzadas, simplemente ya es tarde.

Con aquellos que tienen el chip del liderazgo, o al menos esas cualidades beneficiosas para ejercerlo, pasa algo parecido. Tienen que entrenarlas para dar lo mejor de sí mismos. ¿Y cuándo es el mejor momento para hacerlo? Desde el principio.

Los niños son la parte más fértil de la sociedad. Son, como solemos decir de manera coloquial, "esponjas". Y lo son por el hecho de ser niños pero, también, por una razón biológica. El reciente descubrimiento del Cuarto Cerebro en nuestros hijos nos permite pensar que estamos alumbrando la generación de niños más potentes, creativos, inteligentes y capaces de todas las eras del Hombre. ¡Dotémosles de herramientas!

Como todos los niños, los de hoy crecen llenos de sueños, y es cierto que familias y profesores trabajan muy duro para formarles y educarles con el mayor número de facilidades posibles.

Sin embargo, la educación que hoy le brindamos a nuestros hijos simplemente ya no sirve: está obsoleta, fuera de lugar, desactualizada, estigmatizada y, en muchos casos, ideologizada.

En este sentido, debemos fomentar la formación de nuestros hijos en aspectos de liderazgo y poder personal. Si lo hiciéramos, tendríamos más líderes en nuestra sociedad, en todos los ámbitos como el deportivo, el cultural, el tecnológico, el religioso, el económico y, desde luego, el político.

El "ser" no se encuentra en la tecnología. A nuestros hijos no podemos confundirlos en esto, hay que ser claros y tajantes con ellos. El "ser" se lleva de serie, y su "ser" es mucho más evolucionado que el nuestro. Tienen que trabajarlo y debemos ayudarlos. El problema está en que, entre tanto ruido, los mayores hemos perdido la capacidad de escucharlos, de sorprendernos con ellos, de guiarlos y de administrarlos. Todo lo que es necesario para que el líder que llevan dentro salga a relucir.

Debemos plantearnos nuestro futuro como sociedad y, en ese futuro, los líderes pueden ser interruptor de un cambio muy positivo y nuestros niños son pieza fundamental de este futuro. El resto, los más mayores, seamos o no seamos líderes o no lo sepamos, tenemos desde hoy una función muy importante: dotarles de herramientas para que, cuando llegue su momento, sean líderes que trabajen con determinación, pasión, compromiso, responsabilidad y eficacia.

Por eso, debemos invertir de manera distinta en formar y preparar a nuestros jóvenes en liderazgo; un liderazgo que nazca desde dentro y se expanda hacia afuera. Y es que ser líderes de nuestra propia vida es tarea suficiente como para dedicarle toda una vida.

* Presidente de la Fundación Liderar con Sentido Común