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Maite Fernández

Mirando, para no preguntar

Maite Fernández

Cotillas por naturaleza

Dicen los antropólogos que lo que llevó al sapiens a evolucionar, lo que consiguió su revolución cognitiva, fue el interés que demostró por enterarse de la vida de los demás. Así aprendieron a cooperar. No fue sólo la palabra, fue la curiosidad, el chismorreo. Fueron los primeros cotillas. Su lenguaje, nuestro lenguaje, se diferencia del de los animales en que mientras las abejas sólo necesitan comunicar a sus compañeras dónde están las flores que libar o si hay alguna amenaza en el entorno, nosotros, los humanos, necesitamos husmear en las vidas ajenas para aprender de ellas o simplemente para hablar de los demás. Del cotilleo nace nuestra más compleja forma de comunicación. Somos cotillas por naturaleza. Sentimos curiosidad, sobre todo, por conocer las miserias de los demás.

De la curiosidad surge el aprendizaje. Del chismorreo surge la imposición. De internet surgen la posibilidad de globalizar el conocimiento, el debate y la discusión. Pero también las fakes: la globalización de los rumores, fundados o infundados que trascienden fronteras bajo el paraguas de la libertad de expresión. No seré yo quien plantee objeciones al debate público y plural sin el que no es posible la democracia. El debate de las ideas puede y debe ser planetario. Pero lo que debe preocuparnos es el nivel de violencia que se está produciendo en ese mercado de libre acceso de las opiniones.

Se ha convertido en habitual que vomitemos en Twitter o Facebook lo primero que se nos pasa por la cabeza sin darnos cuenta de que no es lo mismo el comentario que podemos hacer en la barra del bar o en la cena con los amigos, que ese mismo comentario expuesto y descontextualizado en los muros de las redes sociales. Por más que las empresas propietarias de las redes pongan limites a los comentarios ofensivos, violentos u ofensivos está claro que la globalización no conseguirá poner freno a esas medias verdades que no son sino las peores mentiras que se destilan por la red. Incluso por algunos medios de información.

No recuerdo quien dijo que el lenguaje es la manera en la que vestimos nuestra forma de pensar. Aunque también en el lenguaje influyen las modas y parece que ahora se lleva el lenguaje violento: en los platós de televisión, en las redes sociales, incluso en el Parlamento. Un lenguaje que persigue llamar la atención sobre la persona más que sobre la idea. El lenguaje de la mayoría de los políticos es cada vez más vacío, más reiterativo. Es un lenguaje planteado cada vez más «a la contra», muchas veces ambiguo y contradictorio que se repite a través de la caja de resonancia en la que se han convertido los medios. Y se convierte en tendencia. Y las redes se llenas de discursos a la contra, de violencia verbal contra quien no piensa como yo.

La facilidad del acceso a la información, a cualquier información, puede estar produciendo el efecto contrario al deseado. Cada vez más nuestro deseo de «cotillear» nos lleva a seleccionar aquellas opiniones o ideas con las que coincidimos. No buscamos sólo la información, queremos las noticias que corroboran nuestra opinión. Una opinión basada muchas veces tan sólo en simples «cotilleos».

Queremos saber que opinan nuestros políticos de las últimas declaraciones de sus rivales. Más que las propuestas que nos puedan plantear, esperamos ver cómo responden al ataque del contrario. La política se ha vuelto declarativa. Y la adrenalina de la inmediatez por contar cuanto sucede provoca que en ocasiones las noticias no sean más que la respuesta al último comentario ingenioso -acertado o no- del protagonista.

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