Toda persona tiene derecho a una expresión artística y a una expresión épica en su forma de relacionarse con la realidad. En ocasiones, ambas se unen en un destino común. Por ejemplo, en el bolero preferido del detective Carvalho, que es como decir de Vázquez Montalbán, aquel de "Se vive solamente una vez". No habrá mayor verdad en la Tierra, ni más colosal certeza en el cielo: es irrebatible, de una redondez esférica, un verdadero tratado filosófico.

Y supone todo un programa para transitar por la vida. Algo así como la sentencia perdurable de uno de los Karamazov: "Si Dios no existe, todo está permitido". Pues eso: si sólo se vive una vez, hay que exprimir el jugo de la existencia, elegir las lecturas apropiadas, separar el polvo de la paja, arrinconar la idiocia universal, porque el tiempo, lo diga Einstein o el autor del bolero, es finito. Y asistir a ciertos acontecimientos de excelsas glorias o de mitologías inacabables. El concierto de Wynton Marsalis, en el Auditori de Castelló pertenecía a ese orden sublime. Marsalis acudió a Castelló con la orquesta del Lincoln Center, donde oficia de sacerdote supremo. Cuando apenas era un niño y no alzaba dos palmos del suelo, cogió una trompeta -probablemente más alta que él- y ya no la ha abandonado, como si el instrumento fuera su punto de apoyo para cartografiar el mundo. Si a alguien le ha podido resbalar la sentencia de Nietzsche -"conviértete en lo que eres"- es a Marsalis. La orquesta en la que celebra el ritual, por otra parte, es única en el mundo. No existe otra similar, en número o en brillo, bajo nuestros astros planetarios domésticos, al decir de Enrique Monfort, que es una enciclopedia del jazz con patas y barba.

Escuchar a Marsalis y los suyos bien valía someterse a la potencial amenaza de cazar (de que nos cazara) el siniestro coronavirus, que es como la peste novelada por Camus pero en plan más blandengue y globalizado, y sin tanta épica ni intriga. Una concentración de unos centenares de personas respirando y tosiendo el mismo aire en un marco cerrado, con el conseller Marzà en una de las butacas, nos imponía una cierta bipolaridad: el peligro biológico y el placer artístico se enfrentaban en una dialéctica de tensión. Había, pues, que elegir si acudir al concierto o no, y optamos por hacerle caso al filósofo idealista cuando afirmaba que si el universo desapareciese, la música siempre perduraría. Tranquilidad. Que no cunda el pánico. Si desaparecemos, incluido Marsalis y el conseller Marzà, habrá sido por rendir nuestro último tributo a la música, que es el lenguaje anterior al lenguaje y que sobrevivirá, según el pensador, como un ente autónomo carente de materia por los siglos de los siglos. Mucho mejor convertirnos en eternas corcheas que en triviales cenizas asistiendo a una mascletá de pim pam pum fuego rodeados de masas.

Las credenciales. Hablando de Marzà. Creo que fue Víctor Maceda (situémoslo como el "periodista cero", utilizando la filología vírica/detectivesca) el primero en soltar que el conseller había presentado las credenciales para batirse por el liderazgo de Compromís. Fue tras la conferencia que impartía el titular de Cultura y Educación en el Fórum Europa, unos minutos después, a las puertas de la sala. Los otros periodistas que integraban la tertulia improvisada respaldaron la idea, quizá para no quedarse regazados en la observación, o bien porque habían cavilado lo mismo pero no expresaron su percepción de forma tan veloz. El análisis del "periodista cero" sobrevolaba límites muy movedizos y se fundaba en una interpretación chicle -elástica, flexible, adaptable-, pero desplazaba mucho peso y gravitaba sobre la certidumbre de una buena narrativa. Eso era inapelable. Enric Morera, que se sumó al grupo, lo advirtió: quizá la deducción era demasiado determinista y excedía el mensaje que había trasladado Marzà. Una apreciación estéril, como bien se sabe. Porque el comedimiento y el periodismo son términos antitéticos.

El veredicto estaba emitido, el credo era plausible, la opinión ya era unánime y la lógica de la maquinaria había comenzado a rodar. Ya podía negar la premisa principal Marzà ­- el origen del mensaje, el elemento difusor -, refutarlo la feligresía de Compromís al completo, rechazarlo los chamanes de las tribus del Amazonas, invocar sus dudas los últimos piratas filmados del Caribe, que todo habría sido en vano. Marzà había presentado las credenciales en ese escenario, ese día y a esa hora, lo que era un hecho indiscutible y, por supuesto, de consecuencias infinitas. El periodismo actuó como actúa la navaja de Ockham: "En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable". (Tiempo después presentaría su acta, en el mismo foro, Arcadi España, al decir también de los observadores convocados. Tal vez aquí hubo una comunión de opiniones instantánea o la simiente se extendió también desde una "zona cero" improvisada y por ahora enigmática. Nunca se sabe cómo se construye la realidad, cada vez más especulativa y evanescente).