Hace unos días impartí un taller de «masculinidades disidentes» en un instituto de Secundaria. Antes de entrar en materia, dedico unas palabras a explicar qué es el feminismo, o mejor: la «epistemología feminista» como una herramienta metodológica, investigadora, crítica, reflexiva, analítica, comunicativa. En síntesis: el feminismo no es un sentimiento, ni una camiseta, ni se improvisa. Una alumna se acercó al terminar y me dijo que le sorprendía mi defensa de un feminismo que se trabaja. Como la sociología o la psicología -le dije- el feminismo indaga en los discursos, la historia, las estructuras de poder, la política o la mente, y eso -maticé- requiere de una enorme capacidad de trabajo.

En otra ocasión, una asistente -que se definía pionera en el feminismo- levantó la mano y me dijo algo enojada: «¡todavía no has dejado claro si defiendes abolir el género, que es lo que defendemos las feministas!». Respondí que, en efecto, abogo por la destrucción del género, pero, ¿cómo? ¿A través de una performance? ¿Leyendo a la infumable Judith Butler? ¿A golpe de tuit, como esas quinceañeras obsesionadas con etiquetas postmodernas «cis», «hetero(patriarcado)», «queer» o «TERF»? El feminismo es algo más riguroso que un batiburrillo de opiniones espontáneas, o indecentes ataques a pensadoras como nuestra maestra Lidia Falcón, quien escribe, piensa y siente el feminismo como pocas personas. A propósito de la campaña de desprestigio a su nombre, recuerdo que Lidia Falcón -con una obra intelectual sin parangón en nuestro país- se defiende, argumenta y explica perfectamente sola. Por eso no entraré en detalles ni justificaciones. Con todo, resulta insoportable un linchamiento que procede de la más profunda ignorancia: ¿alguien ha leído con serenidad, paciencia y dedicación su argumentario? Quizá mi ingenio sea pobre, pero, al menos quien esto firma, siempre lee a Falcón sosegadamente, porque la profundidad de sus reflexiones se pueden perder en la celeridad -e imbecilidad- de nuestra época. Y eso reivindico hoy: ¡comprensión, reflexión, lectura!

En este 8M propongo unidad, respeto y diálogo entre los propios discursos feministas. En contra de muchas, creo que el peor enemigo del feminismo no es la derecha, sino unos sectores feministas feroces, violentos y clasistas que provienen de jóvenes grupos ignorantes de la propia genealogía feminista. Estos enfurecidos debates, enmascarados en esa trampa de la diversidad ya explorada por Daniel Bernabé, debilitan y empañan tantos siglos de lucha de historia feminista. El diálogo y el debate argumentado enriquece si hay conocimiento, genealogía y ética. Entretanto, el feminismo jovial -de juventudes o partidos políticos recién llegados al Poder- sigue la dictadura de sectas universitarias queer, tuit o cis. Cuando, como ahora, el patriarcado se frota las manos mientras unas con otras se atacan furibundamente, cabe plantearse: ¿para qué sirve el feminismo?