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Al margen

Isabel Olmos

El virus de la insolidaridad

La especie humana nunca deja de sorprenderme... para mal. Es verdad que siempre hay quien se empeña en recordarme la sublime belleza y genialidad de algunas de sus creaciones como la ciencia, las artes o la llegada a la luna para intentar compensar mi pesimismo consolidado, pero he de confesar que la parte más insolidaria de nuestra condición siempre me llena de una profunda desazón. Somos insolidarios para con nuestros iguales humanos; absolutamente deleznable es nuestra conducta con los animales y para qué hablar de nuestra soberbia con el medio ambiente. Depredadores, en general, con todo aquello que interactúa con nosotros. Lo utilizamos todo, nos lo comemos todo y lo reventamos todo.

Y va y ahora que llega el coronavirus volvemos a reflejar nuestra cara menos sensible y empática, esta vez con nuestros mayores y enfermos. 'El coronavirus es una enfermedad que afecta más a personas mayores y enfermos' o sea que el resto, a respirar tranquilos porque nuestra es la vida para siempre y podemos respirar a pleno pulmón y que se mueran los viejos, como decía con los feos aquella famosa canción.

¿Y eso no es preocupante? ¿No nos inquieta que sea nuestros mayores quienes estén sometidos a un virus que les pueda costar la vida? Obviamente es cierto que con la edad los riesgos para la salud son mayores en todos los sentidos pero me resulta ciertamente alucinante que las autoridades sanitarias quieran restar importancia al fenómeno que estamos viviendo como si el fallecimiento de ancianos fuera algo superficial. ¿Qué quieren decir, que si el virus afectara de gravedad a toda la población hubieran adoptado otras medidas?¿ Que como afecta a unos sectores concretos es menos importante?

Pues miren, mi abuela Isabel tiene 91 años. Se quedó huérfana de pequeña, sobrevivió y perdió una guerra civil, sufrió el machismo del franquismo en sus carnes, se le murió auna hija adolescente y ahora, con una memoria cada vez más evasiva pero participando en todos los talleres, vive en una residencia maravillosa con un personal genial que no para de adoptar medidas para protegerla del virus. Circulares, tests, control de acceso... Nuestros abuelos y abuelas tienen nombres y apellidos y son fuertes y supervivientes, igual que todas aquellas personas que sufren enfermedades que se sienten ahora en el punto de mira. Tomar medidas colectivas e individuales es responsabilidad de todos y no solo es una responsabilidad cívica o social, es una responsabilidad moral.

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