Ocho de marzo, día de la mujer trabajadora. Todas lo son. Día también de la diferencia. Se despereza, gruñe, ruge, amenaza el carcamal humano machista irredento, guardián de las esencias patriarcales, inquisidor de las calamidades a que conduce la igualdad de género y las otras. Fiscal ominoso del ejercicio de derechos conquistados: divorcio, aborto, eliminación pendiente de las brechas salariales, de educación, de acceso a la dirección de las empresas.

Carcamales políticos al servicio del dinero. Depositarios del tarro de las esencias democráticas entre los que también se hallan algunos autodenominados socialistas. Un esperpento anacrónico desgraciadamente actual. Mussolini también fue miembro del Partido Socialista Italiano. Con las alforjas rebosantes resulta menos arduo cambiar de convicciones, si las hubo. Por supuesto que los carcamales arracimados en las covachuelas de las Administraciones, en los «altos cuerpos de las Administraciones», siguen en lo suyo, herederos como son de un pasado inicuo que los nuevos carcamales olvidaron limpiar.

Los bacilos, permanentes, solo aguardan el momento óptimo para desarrollar sus perversas y letales habilidades. Las manifestaciones cuando deciden emerger son conocidas: antifeminismo, antidemocracia, casticismo ruin con nuestros compañeros de destino, los animales, violencia verbal y de la irreversible. Caballeros del horror, del desprecio a la vida, enemigos de la convivencia y de las diferencias. Amos y señores por derecho propio que ellos mismos definen. Ahora no se mecen en las entrañas de nuestro cuerpo, campan encaramados a las instituciones que quieren abolir, jaleados por quienes se refugian en no querer saber, o en la conveniencia que estos bacilos les hagan el papel y consigan los objetivos que desean en el fondo y en la forma.

Martí Domínguez, y antes que él muchos otros Brecht incluido, advierte de situaciones y consecuencias conocidas. La metáfora de los once nazis que se ha traído a colación recientemente, puede ser ilustrativa. «En una mesa de once personas hay un nazi; nadie objeta, luego son once los nazis». La invocación de intereses supremos, el reclamo de abstracciones patrioteras, cualesquiera que sean, no dejan de ser la nube de tinta del pulpo. Intereses, los suyos. Si la representación democrática se ajusta a ellos, «buena gente».

Años sesenta del siglo XX. València, Barcelona. Unos nombres, Celia Amorós, Ana Castellano, Elia Serrano, Maria Aurèlia Campany, Montserrat Roig, Muriel Casals. Seis nombres y una propuesta común, combativa, por la igualdad de género, una invitación a sumar nuevas igualdades ante el escepticismo cuando no rechazo de las organizaciones clandestinas de la izquierda. «Primero derrocar la Dictadura; después sentar las bases de un cambio revolucionario, y más tarde, conseguido lo anterior, el feminismo de la Beauvoir». Hubo otras, afortunadamente.

«Todo a la vez» fue la respuesta de estas precursoras más inmediatas. Como hoy, ampliada a nuevos colectivos excluidos, perseguidos como «vagos y maleantes» o por seguir con lenguaje anacrónico, de carcamal, «desviados, enfermos» con zozobras subsistentes y amenazas ciertas en el presente. Lecciones aprendidas y antídoto ingerido.

Se dice que una imagen vale más que mil palabras, las que tiene esta colaboración. Brindamos dos. El Gobierno da cuenta de sus acuerdos, la foto de tres ministras. La otra, una reunión empresarial, en la extensa primera y apretujada fila, centrada en torno al pasado, solo dos mujeres. Ejemplos que, por repetidos, no dejan de ser constatación a la vez que denuncia.

El carcamal vomita expresiones anacrónicas como algunas de las que se usan en este texto. Paleto para quien reclama el derecho a su identidad, pervertido a quien ejerce libremente su libertad de elección sexual. Ignorante a quien no comparte su codicia y cuestiona los métodos para satisfacerla. El carcamal no habita solo en los predios de la derecha ultramontana, los esbirros de trabuco y mitra. Es «transversal», y, atención no sabe de género que también hay «carcamalas», todo ello le convierte en más peligroso pues llama a engaño y más cuando es vector de transmisión de los bacilos aunque lo disimule tras la máscara socialdemócrata.

Su técnica más habitual, la descalificación de los objetores. Comprador de una mercancía averiada, «errónea» según Stiglitz, como el mercado desregulado. Converso de la ideología hipercapitalista sin fronteras al decir de Piketty, no duda en lanzar sus invectivas contra los jóvenes que combaten los excesos y reclaman la lucha contra el cambio climático, como ha hecho el flamante encargado de las relaciones exteriores de la UE. Tampoco debe sorprender que un expresidente del Gobierno objete la presencia de un Vicepresidente en el seguimiento de las labores del espionaje español.

Ambos podrían aplicarse a otras cuestiones. El primero desde sus responsabilidades por ejemplo a la crisis migratoria, y el otro limitarse a disfrutar de una merecida jubilación y la gratitud de todos por los servicios prestados.

Si el siglo XX fue el inicio de la emancipación de la mujer, y de la ampliación de los derechos -de la diferencia, de los niños, del planeta—el XXI habrá de ser el del protagonismo efectivo de la mujer en las transformaciones ineludibles, en todos los niveles sociales y empresariales.

Comienza a serlo en lugares impensables apenas hace unos años, como en el Mediterráneo en sus riberas sur y oriental. De Beirut a Argel, la presencia de jóvenes y mayores con el cemento de la mujer hace tambalear sistemas políticos autoritarios y sociedades patriarcales. Ni la fuerza bruta y la represión más descarnada hace que retrocedan, por el contrario estimulan una participación tenaz, de meses, en ampliaciones sucesivas de participación colectiva. El patriarcado, unido al temor de las autocracias, tiembla ante su ruina inminente.

Por seguir en el uso de términos del agrado carcamal: convencidos de su ideología tomada en préstamo no dudan en calificar de patanes a quienes no comparten su verdad revelada. Reniegan de su pasado en unos casos y en otros se exaltan por las virtudes perdidas en el tráfico demoníaco de las igualdades conquistadas. Unos y otros esclavos de sus prejuicios que encubren intereses mezquinos a la vez que la inanidad de sus ideas. Habrá que barrerlos. Que la fiesta de mañana impulse la escoba.