N o me hagan caso, pero creo que voy a cometer una antinomia. Una antinomia es algo así como una contradicción con perfume kantiano. Veamos.

Frente a los feminismos vigentes, las chicas de la derecha política y sociológica adoptan dos posturas (grosso modo, claro). Las hay que dicen que persistir en los objetivos del movimiento feminista y dedicar un día especial al año para la movilización es una tontería «porque la igualdad está más que superada». Esto lo diría la portavox Ana Vega, por ejemplo, y es una mentira cochina. Y después están quienes, como Isabel Bonig o Cayetana Álvarez de Toledo, están en contra del modo en el que las feministas entienden los feminismos, incompatibles con el «suyo». Dice Bonig que «no entiendo el feminismo con enfrentamiento de sexos», a lo que añade Álvarez de Toledo, la «feminista amazónica» (y no sabemos si el adjetivo es geográfico, histórico o mítico), que no entiende el feminismo como «una protesta contra los hombres». Ambas (las tres) concluyen que no asistirán a la manifestación del 8 de marzo. A mí me parece, claro está, que están equivocadas: no en su decisión de no asistir a una manifestación, que es una cuestión de la voluntad, sino en los argumentos, que es una cuestión de la razón. Ahora es cuando, si me lo permiten, cometeré la antinomia.

En primer lugar, los feminismos son «unas teorías y unas prácticas que persiguen la emancipación de la mujer». No conozco ninguna teoría feminista que persiga el sometiendo o la aniquilación del varón. Aquí, ellas me perdonarán, son muy «cucas» (como el cardenal Cañizares, que abandera la «libertad académica» como si todos los demás estuviéramos a favor de la «esclavitud escolar»). No. Las feminazis no existen: son tan sólo una invención de las muy reales y existentes antifeministas. Así como los antiesclavistas necesitaban acabar con los amos y con las condiciones que los hacían posible, el feminismo será «con» los hombres, porque no puede ser contra ellos: es un humanismo. Bonig y Álvarez de Toledo se inventan un feminismo para combatirlo.

Pero, en segundo lugar y aquí la antinomia, el feminismo es también «contra» los hombres, porque, contra todo idealismo, las instituciones ni se crean ni se mantienen por sí solas. Esa teoría y práctica que busca emancipar a la mujer pasa por acabar con el patriarcado, «forma de organización social que se caracteriza por la hegemonía masculina y la consiguiente opresión de las mujeres, organizada en instituciones y justificada mediante códigos». La cosa no tiene remedio: manifestarse a favor de algo, también lo es contra algo. Bonig y Álvarez aquí caen en un idealismo astuto y bienintencionado o en la esterilidad del individualismo. ¿Qué será el feminismo amazónico?