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Este virus quita lo divertido, o sea

Día 1. Creo que hemos superado la fase de aceptación, tras dedicarle todo el fin de semana. Cuando el jueves les comunico que tendremos quince días sin cole, él se siente estafado por obligarle a ir el viernes. «¿Todavía no empieza? ¿Pues cuándo empieza?».

Ella, que es la definición de sociable, se lo toma peor que mal. «La culpa de este virus coronavirus la tienen los chinos, que se comieron un pangolín», suelta descargando su rabia a lo Ortega Smith.

«¿Quién es la fuente?», le pregunto. «Me lo han dicho unos mayores en el patio». «Imposible, los pangolines no se comen, tienen unas escamas protectoras...», tercia su hermano esgrimiendo su Primera Enciclopedia de los Animales.

Por algún motivo, no entienden a la primera que el estado de confinamiento no admite excepciones, por mucho que se lo explico empleando las docenas de argumentarios especialmente enfocados a los niños que me han llegado al whatsapp, y empiezan a hacer propuestas: pues vamos a la playa, pues vamos al parque, pues vamos a comprar el regalo para el cumple de...

Al explicarles por quinta vez que no podemos ir a ninguna parte, que no habrá cumple y que no deben dar abrazos a nuestros vecinos si nos los encontramos por las escaleras, ella se pone melodramática.

«Este coronavirus quita solo lo divertido, o sea». Haciendo caso a los reportajes que aconsejan ubicar el espacio de teletrabajo en un lugar tranquilo, huyo del salón atestado de juguetes y me instalo en la mesa de la cocina.

Cinco minutos después de encender el ordenador recibo la visita de la niña. Como el cable que cruza la estancia le impide llegar al calendario me pregunta: «Mami, ¿ya es viernes?».

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