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A vuelapluma

Alfons Garcia

Cultura de la disciplina

No recuerdo el último beso que di. Bérgamo reparte muertos por otras ciudades italianas porque no le caben más. Los que tienen 75 años pueden ser excluidos de una UCI en la red pública en Madrid: el colapso asistencial lleva a dar prioridad según esperanza de vida. Escasean mascarillas y guantes en los geriátricos valencianos. Los crematorios de Madrid en servicio día y noche. Los españoles no podemos viajar a un centenar de países: como apestados. Y no hemos alcanzado el pico de la epidemia. El terror aumenta cada día. Y la psicosis colectiva. No se podía esperar menos con la avalancha de datos y noticias que parten el alma. Aunque hay comercios que no aplican las medidas de protección y algunos bailan. Las válvulas de escape son necesarias en las grandes tragedias.

Aquellos días en que el mundo se volvió loco. Quizá algún día diremos algo así, pero cuesta ahora imaginarlo, cuando la salida no se vislumbra. Las huellas de esta herida van a ser profundas.

Nos piden resistir. Un verbo que no me gusta. Implica una ingrata connotación de soportar la situación sin rebelarse. Me produce repelús teórico, aunque en la vida real sea lo más práctico: la resistencia silenciosa. Quién esté libre de contradicciones es sobre todo un mentiroso. Pero luchar por un mundo mejor, la sana costumbre de la utopía, conjugan mal con el verbo resistir.

Nos piden también cerrar filas. Otra expresión que repele. Discrepar, la disidencia, es una de las esencias de la democracia occidental, siempre que se haga dentro de los cauces de la urbanidad y preferiblemente con un toque de ironía.

Son conceptos que cotizan al alza en estos tiempos de coronavirus, como la idea de que China ha sido más eficaz a la hora de afrontar la crisis. Una mala noticia para la democracia, decía uno de los intelectuales conservadores más solventes. Es discutible que la reacción a la epidemia haya podido ser más certera en China por ser un régimen no democrático. Corea del Sur también ha respondido con eficacia y es lo más parecido a una democracia capitalista europea. El factor crucial parece, más bien, que la ciudadanía asiática ha acatado obediente las directrices de las autoridades. Más que de sistema político, puede ser cuestión de cultura, de que la oriental asume mejor la acción colectiva.

Que Italia y España sean los países europeos que más sufren demuestra que el virus se está cebando con la cultura latina y familia. Allí donde el individualismo ha prendido menos y donde la palabra autoridad levanta sarpullidos. Entendemos la cultura del esfuerzo, no sin ídem, pero ahora es precisa la de la disciplina, y esa nos cortocicuita. Pero están en juego demasiadas vidas, despedir antes de hora a parte de una generación que hizo posible la modernización de este país. Es el momento de la disciplina para combatir la injusticia.

La disciplina es virtud de tiempos de guerra. En esa atmósfera se sitúa el inusual mensaje del rey para levantar ánimos. La arenga llega tarde y solo ha constatado el alarmante aislamiento de la corona. Una razón más para el silencio de dolor en las calles. Nunca pensé que añoraría el estruendo de las Fallas. Y ha pasado. Al menos, los petirrojos continúan esta mañana en el patio.

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