Los ciudadanos españoles, a excepción de los independentistas catalanes, apenas nos hemos manifestado para poner de manifiesto nuestros problemas. Parecía en los últimos años que solo tenían problemas los independentistas catalanes blandiendo su lista interminable de agravios contra España. El silencio del resto de los españoles no reflejaba lo que estaba pasando en España en que, como en cualquier sociedad contemporánea, son muchos los problemas. La insolidaridad de los independentistas catalanes con el resto de los ciudadanos españoles ha conseguido que se haya llenado el vaso de la paciencia que finalmente se ha desbordado. En 2019 los pensionistas de todas las latitudes de España rompieron el silencio ante la incertidumbre que genera el Gobierno incapaz de concluir un pacto de Estado que cierre este asunto. Y han comenzado a surgir protestas en muchos rincones de España. Ya no es suficiente, para la mayoría de los españoles, que el Estado garantice el estado de bienestar del que nos hemos dotado.

Los Gobiernos españoles desde que se promulgó la Constitución han seguido la política de beneficiar a los que protestan. Si los ciudadanos no protestan de manera agresiva con manifestaciones en las calles, tractoradas, bloqueo de ciudades con taxis y un largo etcétera, los gobiernos estatal, autonómicos y locales no prestan atención a los ciudadanos. No es la mejor de las políticas, pues esperamos de los políticos de nuestro tiempo que se anticipen a los problemas, o que sean capaces de analizar la realidad (tienen medios para ello) reaccionando a tiempo ante los problemas sin que sea necesario que los ciudadanos se vean conminados a llevar a cabo acciones que en muchas ocasiones sobrepasan los límites de las protestas pacíficas.

La reciente movilización de los agricultores de la mayoría de las comunidades autónomas españolas está plenamente justificada: la renta agrícola está muy lejos de la renta industrial o de la de los servicios. Y las noticias que nos llegan indican que la salida del Reino Unido de la Unión Europea va a traer como consecuencia la reducción de los fondos de la Política Agrícola Común (PAC) que el año pasado supuso para los agricultores españoles alrededor de 6.000 millones de euros.

La última reforma de la PAC tenía por finalidad principal la sostenibilidad del territorio de manera que, básicamente, se cambiaron las ayudas a la producción que regían con anterioridad por ayudas a la superficie cultivada. Este cambio de modelo lejos de homogeneizar las rentas de los agricultores ha supuesto mayores diferencias de rentas entre ellos, particularmente en regiones como Andalucía, que es la principal receptora de ayudas de la PAC, en donde siguen existiendo grandes propietarios agrícolas.

Ha sido necesario que los agricultores protesten para que el Gobierno Sánchez se dé por enterado de problemas que arrastramos desde hace décadas. No se ha fomentado el cooperativismo, tan necesario para las relaciones de agricultores con intermediarios, se ha permitido la importación de productos agrícolas de países terceros que no se atienen a los rigores necesarios que la Unión Europea exige a los agricultores para preservar la salud de los ciudadanos europeos y el medio ambiente, y se permite la vulneración de las reglas más elementales de la competencia mediante el dumping laboral. Los políticos españoles se deben batir el cobre en Europa en defensa de la agricultura, ganadería y pesca españolas para afrontar los problemas que sufre nuestra agricultura, es decir, una parte sustancial de la agricultura europea.

El problema a nuestro juicio no es que los intermediarios y vendedores finales de los productos agrícolas obtengan grandes beneficios. La cuestión es que los precios que se pagan a los productores no sean suficientes para cubrir costes, obtener beneficios y llevar una vida digna.

El Estado no puede intervenir los precios como piden los agricultores liquidando el libre mercado europeo. En algunos Estados europeos existe una cooperativa por cada tipo de producto y no es infrecuente que el volumen de negocio de cada cooperativa supere los 10.000 millones de euros mientras que en España solo unas pocas cooperativas, de las miles que existen, superan 1.000 millones de negocio. De manera que lo que resulta necesario es llevar a cabo una concentración de cooperativas que permita que los productores se sitúen en un plano de igualdad en la negociación con los intermediarios que compran sus productos para la transformación y venta de los mismos. Y no cabe duda de que son necesarias otras medidas como las postuladas por Planas, ministro de cuya competencia no cabe duda.

Pero, además, seguimos arrastrando el problema de la diferencia de rentas entre las Comunidades Autónomas que apenas se han visto aminoradas por nuestro sistema democrático. Y es que el que no llora no mama. De manera que la lealtad de los ciudadanos resignados de la mayoría de las regiones españolas a su país, lejos de ser reconocida y compensada,, ha sido preterida por los Gobiernos. Las manifestaciones habidas en Andalucía, Extremadura, Comunidad Valenciana, León y un largo etcétera, son significativas de ciudadanos que se sienten abandonados por el Gobierno central y los gobiernos autonómicos y locales. Y se sienten además agraviados por el trato que el Gobierno dispensa a los que denuestan a España y se muestran insolidarios con los demás.

Los que más han llorado, a lo largo de la historia y en la actualidad, son los independentistas catalanes a los que lo que suceda en el resto de España les trae sin cuidado, como dijo con claridad en el Congreso una de las diputadas de un partido independentista. Y es que el sistema electoral español permite que haya diputados que reniegan de su propia razón de ser, que no es otra que la de representar a la totalidad de los ciudadanos españoles.

A la vista de las protestas de muchos españoles en los últimos meses se puede aplicar a los mismos ese hermoso verso del poeta alicantino Miguel Hernández: «No soy de un pueblo de bueyes, /que soy de un pueblo que embargan/ yacimientos de leones, / desfiladeros de águilas/ y cordilleras de toros/ con el orgullo en el asta. /Nunca medraron los bueyes en los páramos de España.»