Vuelvo de África al mundo occidental, a Valencia, y me encuentro en una espiral irracional de miedo y confusión, producida por desinformación, sobreinformación, desconocimiento y el confinamiento de toda la población en nuestras respectivas casas. Estamos tan cerca y tan lejos de África que siento, al pensarlo, un escalofrío estremecedor. En esta Europa acomodada, decadente y hermética ha entrado un virus que nos persigue y amenaza, y ¿qué hacemos los dependientes occidentales? Salimos corriendo al primer supermercado y saqueamos los lineales de productos tan imprescindibles como es el papel higiénico. Me apena profundamente darme cuenta de que la población occidental no sabemos cuáles son los productos de primera necesidad en caso de emergencia, como deberían ser, principalmente, alimentos no perecederos, legumbres y cereales, frutos secos y pescado salado o enlatado.

Hemos estado en Etiopía dos últimas semanas rodando un documental para MOSSolidaria ONGD y la MCSPA, donde se muestren la rudeza de la vida cotidiana y el esfuerzo diario por la supervivencia, la heroicidad de unas cuantas mujeres, que es la realidad de tantas mujeres africanas.

A una madre etíope de las zonas rurales que visitamos no se le ocurre ir al supermercado para darles de comer a sus hambrientos retoños, en primer lugar, porque no existe ese tipo de aprovisionamiento, y en segundo lugar, porque obtienen de la tierra semidesértica el pan con el sudor de su frente. Ese pan del que hacen falta tres mil semillas (Teff) para conseguir un gramo y que una vez molido es una harina que, amasada y fermentada, les proporciona el sustento, con mucha suerte y en épocas de bonanza una vez al día, quizás no para todos los componentes de la familia. Primero come el padre, que es el que aporta mayor esfuerzo y horas de trabajo, luego los hijos mayores, que son los supervivientes y trabajan en el campo o con el ganado. Finalmente la madre y los hijos pequeños y que a su vez se alimentan de la madre. El pan obtenido de la harina del teff (que significa «lo que se lleva el viento») se complementa con legumbres, garbanzos, habas, lentejas o guisantes, patatas, si las hubiera, y algo de verdura, con suerte. Tan sencillo alimento y de tanto valor nutricional y con tanto esfuerzo logrado.

A mis compatriotas privilegiados les deseo inteligencia responsable para cuidar su alimentación y cuidarse del contagio. Ambas cuestiones son causa de preocupación para la OMS y deberían serlo para nosotros y nosotras ya que hablamos de lograr una vida mejor y en mejores condiciones físicas y de salud. Nosotros y nosotras tenemos la posibilidad de elegir y la mayoría tenemos acceso a los alimentos necesarios para procurarnos una alimentación suficiente, variada y equilibrada, y no desperdiciar alimentos, porque solo con aquellos que tiramos se podría alimentar a toda una familia.

Para las miles de familias que, en estos momentos, de estado de alarma, no pueden salir a trabajar para conseguir alimentos a diario y que verdaderamente los necesitan les solicito que alcen su voz a través de los medios de comunicación y difusión a su alcance, o desde el mismo balcón si lo tuvieran, para que solidariamente podamos colaborar y evitar que esta pandemia no ocasione más hambre y pobreza de la que los seres humanos somos capaces de soportar.

Este es un tiempo para la reflexión y para enmendar la solidaridad, para agradecer a tantas personas que se esfuerzan por proteger nuestra salud, nuestro confort y bienestar. Devolvamos un poco de lo mucho que recibimos y sigamos siendo solidarios y solidarias ahora y cuando esto acabe, también con las personas que llegan de África y otros continentes ya que vienen buscando una vida mejor, la mayoría a trabajar buscado oportunidades para desarrollar sus capacidades. Este momento único nos ofrece la posibilidad de conocernos de manera global, de interactuar sin fronteras, sin diferencias, sin perjuicios, de manera integral, como habitantes del mundo que somos.