No parece razonable malbaratar las 400 palabras de que dispongo en analizar el contexto y la oportunidad de las decisiones que hemos de asumir a lo largo de los próximos meses y días si deseamos vivir libres de virus. Los medios darán hasta el último dato y todo intento de torcer la opinión será perjudicial para quien lo intente. Propongo, pues, una sencilla consideración sobre nuestra universidad y sus reformas que no cesan; es más, se anuncia un nuevo proceso de reforma.

La organización del EEES (Espacio europeo de educación superior) estuvo vinculada a una doble consideración. Por una parte, los estudios universitarios de Grado no deberían organizarse desde el primer curso persiguiendo una especialización, sino buscando los aspectos comunes y fundamentales de un área de conocimiento. Por otra parte y apreciando que la evolución de los sistemas productivos estará sometida a transformaciones constantes, se perseguía primar el principio de aprender a lo largo de la vida para que los titulados con empleo y una formación generalista pudieran dar respuesta a las transformaciones que su puesto de trabajo o bien su promoción personal pudieran requerir; una enseñanza presencial o bien online podría facilitar este perfeccionamiento. Sin embargo, el mercado de los másteres se ha potenciado hasta el extremo de devaluar las licenciaturas y ser considerados como condiciones para el empleo. Me temo que una vez más las universidades españolas han considerado los principios y dentro del proceso de su implantación/asimilación los han transformado para salvaguardar sus estructuras y organización. ¿Por qué expreso este temor?

Veo con sorpresa que, a escasos años de la última reforma de las titulaciones, la Conferencia de Rectores, silente y muda ante los escándalos académicos más vergonzosos, ha realizado una valoración de los empleos que favorecen las titulaciones universitarias y ha anunciado tanto una reducción del excesivo número de grados como tender puentes con la Formación Profesional. Parece, pues, a primera vista que el diseño de los grados, tal y como requería la constitución del EEES., no fue llevado a término. Además, esa revisión procederá a suprimir titulaciones buscando una alta empleabilidad. La reforma de titulaciones, así entendida, está condenada al fracaso, pues se asume como criterio «la empleabilidad» cuando vivimos en un país que, según Eurostat (Septiembre 2019), tiene una tasa de desempleo juvenil del 32,2 ; sólo Grecia nos aventaja con el 34.6. Nada tiene, pues, de extraño que la tasa de paro entre titulados universitarios sea la segunda más alta de Europa. La invocación de la utilidad para el empleo ya ha dejado de ser un reclamo creíble en un contexto con el 32,2 de desempleo juvenil.

Mis buenos amigos universitarios se temen lo peor. También creo que este análisis de la empleabilidad anule titulaciones que nunca fueron pensadas en nuestra cultura para satisfacer necesidades de uno u otro empleo, sino de la condición humana. Nada que objetar a tender puentes con la Formación Profesional. Pero sí todo el apoyo a mantener las titulaciones de Humanidades que reconducen nuestra reflexión a «emprender por nosotros mismos la tarea de conducirnos». Y esta formación es compatible y necesaria para «hacernos dueños y señores y de la naturaleza».