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Tarde y mal

Es natural que el coronavirus nos cause temor. Se contagia a la velocidad del rayo y el contador de los casos se multiplica minuto a minuto, el mismo lapso de tiempo en que se renueva la información que recibimos sin que sepamos aún cómo detenerlo ni cuál será su desenlace. Se ceba en los más frágiles y no tenemos antídoto para librarnos. Nos preocupan especialmente los abuelos, nuestros familiares o amigos que acarrean otras patologías que convierten su sistema inmunológico en una trinchera. Todos estamos expuestos a la onda expansiva de una simple expectoración en el autobús, en la cola del supermercado o en la oficina; todos podemos alojar el bicho y transmitirlo al regalar un gesto tan cálido y afectuoso como un abrazo o un beso. El contacto físico, la proximidad corporal que caracteriza a los seres vivos es el punto de partida de cualquier enfermedad infecciosa y sabemos cuál es el mecanismo por el que se expande.

Una gripe común tiene un potencial parecido y consecuencias similares, pero ya no detiene un país porque para ella existe una vacuna, como la hay para el sarampión (que para este lado del mundo es inocuo y sin embargo, paradojas de la vida, acaba de matar a más de seis mil niños en África). La vacuna es la diferencia, y también la razón por la que el nuevo virus no entiende de Producto Interior Bruto, de valores bursátiles o de dividendos empresariales, no diferencia ricos de pobres, y si se ha colado en nuestra normalidad es porque probablemente desde el principio hemos subestimado su capacidad de propagación, que es muy alta en un planeta tan interconectado, y las farmacéuticas andarán ahora haciendo cuentas para disputarse la patente de su preventivo.

La vida se detiene y lo normal es que asuste tanta distopía sobrevenida, cuando al inicio nos dijeron que Wuhan quedaba a más de seis grados de separación. ¿Por qué no se prepararon entonces las correspondientes contingencias? La nueva versión de los hechos llega tarde y mal. A todos se nos pasa por la cabeza que las medidas preventivas han ido a destiempo y que lo que ahora precipita tanto plan de choque es la constatación de que, en realidad, la verdadera epidemia no es el virus sino el miedo.

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